La incertidumbre de un país
Leyla Martin
 

Tan descomunales son las pérdidas producto del socialismo del siglo XXI que ya no hay forma de encarrilar a Venezuela, al menos bajo este Gobierno.

En un progresivo proceso, es ya indetenible el deterioro que está sufriendo el «proyecto revolucionario chavista», cuyo máximo líder dejó la herencia del trono a alguien todavía más incompetente y que, sin que quepa la menor duda, nunca imaginó la magnitud de la responsabilidad que colocaba en sus manos el difunto exmandatario de Venezuela, cuando en un intento por perpetuar el tan gastado sistema a nivel mundial, nombró al novel como su sucesor. Orden que cumplieron a cabalidad los fanáticos en su delirio lagrimoso post mórtem.

El detrimento que ha conllevado el plan político ni el mismo Chávez hubiese podido detenerlo. Tan descomunales son las pérdidas materiales y espirituales producto del paso del socialismo del siglo XXI, que ya no hay forma de encarrilar al país, al menos bajo la conducción de las actuales cabezas del Gobierno, lo cual ellos saben suficientemente.

Pero tampoco será sencillo para quienes en algún momento, más temprano o más tarde, sean escogidos para la administración de la nación, cuyos recursos han escapado en todas direcciones sin que a ciencia cierta se sepa cuál es el caudal extraviado, pero con la certeza sí de que es groseramente escandaloso.

Muchos fueron los que entregaron sus esperanzas en cuerpo y alma ante la elocuente verborrea del comandante. Muchos, los decepcionados hoy día frente a las privaciones que sufren en carne propia; de sus bolsillos se escurren los insuficientes ingresos como agua entre los dedos, por la inflación desorbitada que confronta Venezuela, la más alta y vergonzosa de su historia y del mundo (59.4 %: última cifra del Banco Central de Venezuela —a marzo de 2014— y a junio de 2014, según el análisis de los expertos, casi 70 % para el sector alimenticio. Conservadoramente 78 % en general con tendencia al alza) y aún peor, la escasez de los productos imprescindibles tanto en la dieta diaria como en la higiene personal y de limpieza para los hogares, así como en otros renglones como lo son el automotriz con la falta de repuestos y baterías para vehículos, o la inexistencia de cemento, cabillas, pintura y un sinfín de materiales que ya comienzan a hacer sentir su esencial importancia al repercutir en los sectores de la construcción, del transporte, del vestido y el calzado y en el sustento del ciudadano. Las medicinas no llegan a los correspondientes expendios, los aquejados graves por enfermedades tan delicadas como el cáncer, la diabetes, la hipertensión, etc., deben realizar un vía crucis para atender su situación. Los hospitales no tienen los recursos para atender a la población.

Frente a la merma del poder adquisitivo, el aumento salarial mínimo es una burla. La cotización del dólar lo minimiza aún más. Habida cuenta que existe una valoración oficial de tres diferentes montos, que las divisas son asignadas a discrecionalidad y que coexiste una paralela que ya ni siquiera logra abastecer por otros caminos los mercados, ante las implacables medidas gubernamentales contra los comerciantes y con la pretendida excusa de la especulación.

La economía se mantiene únicamente con las exportaciones de petróleo (con una alta renta que hasta ha superado los 100 $ por barril). La producción industrial nacional está prácticamente paralizada. Los índices de pobreza (más de 9 millones, 9.174.142 —32,1 %— al cierre de 2013) y de pobreza extrema (creció de 7,1 % a 9,8 % en 2013) han aumentado; reconocido y publicado por el propio ente gubernamental que atiende al respecto: el Instituto Nacional de Estadística.

A las precariedades que sufren los ciudadanos se suman las condiciones de vivienda, los continuos cortes eléctricos en todo el territorio por un servicio ineficiente y la dificultad para obtener agua (derecho humano universal).

Las bataholas por corrupción son inocultables; irónico, al recordar que fue una de las premisas con que llegó al poder en 1998 Hugo Chávez y argumento festejado para su frustrado golpe de estado en 1992.

Ante la emergencia por la necesidad de recursos monetarios, el actual Gobierno se lanza a firmar convenios y acuerdos con otros países, que hipotecan al Estado por generaciones y cuyos beneficios reales y satisfactorios no serán palpables en el horizonte contiguo y mucho menos en el lejano.

Una tierra que abría los brazos a la inmigración ve con profunda tristeza cómo emigran sus valiosos profesionales por centenares, cómo sus jóvenes graduados se arriesgan a probar otros rumbos, ante la incertidumbre del futuro y la carencia de garantías para un mejor porvenir.

La ruina del país por la pésima administración es una dolorosa realidad. ¿Se desploma la Patria Grande y con ella la tan fanfarroneada revolución chavista? ¡En manos de Dios estamos! ||

 
 
 
 
 
 
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