Editorial Abril 2013: «Cero kilo»
Liber Trindade
 

Una historia seguramente tan vieja como la historia misma de nuestro país, el contrabando en todas sus posibles formas de manifestación.

Tal vez un fenómeno más común para quienes hemos nacido en ciudades fronterizas. Me crié en Salto, ciudad donde hoy el contrabando está totalmente institucionalizado desde hace un par de décadas con la instalación del bagashopping, que ha sorteado sin dificultad el pasaje de gobiernos colorados, blancos y frentistas, tanto a nivel nacional como departamental.

Vale la pena ver la foto satelital para poder tomar conciencia del tamaño del predio en el que se desarrolla esta especie de toldería combinada con construcciones de chapa que circunda una cancha de fútbol, prácticamente ocho cuadras de extensión que albergan unos trescientos puestos y donde trabajan unas mil personas de lunes a sábados en un horario muy extenso. El domingo en general no están, porque muchos se trasladan a la feria vecinal, donde también instalan sus puestos de venta.
Por encima de todo hay que destacar la cantidad de horas que trabajan estas personas, la mayoría empleados, y en las condiciones en que lo hacen: todos saben lo extremo del clima en Salto, desde los 46 grados del verano a los 10 grados bajo cero del invierno, soportar tormentas prácticamente a la intemperie, no poseer baños dignos con tales jornadas de trabajo y estar inmersos en un ambiente de no formalidad.
Si los gobiernos tuvieran dignidad, solo un poco, hubieran buscado los caminos para el realojo de todo esto, que genera puestos de trabajo, pero compromete seriamente el resto del comercio formal de la ciudad, esos mismos comercios que tienen que pagar en forma legal todos los impuestos. Además este tipo de instalaciones callejeras genera la violación de toda normativa municipal seria, la invasión total de veredas, los peatones caminando por el medio de la calle, la venta de productos comestibles de dudoso origen, sin controles.

 
 

Claro que hay muchos de estos puestos que compran los productos a empresas instaladas en Montevideo con su respectiva boleta para la reventa, pero la mayoría de la ropa proviene de Argentina,  particularmente de La Salada, en Buenos Aires, donde compran a los precios más convenientes, pero también encontramos una cantidad impresionante de productos traídos desde Ciudad del Este en Paraguay y en otros momentos con la diferencia de moneda llegaban desde la Barra de Cuareim o Quaraí, frente a Bella Unión o Artigas respectivamente.

Pero la medida «cero kilo» afecta a los vecinos de todas estas ciudades, que solo buscan poder comprar un poco más, ya que les tocó vivir en uno de los países más caros del mundo. No es tan difícil de comprender, menos para un montevideano que paga la nafta a 37 pesos uruguayos el litro: solo con cruzar el puente de Salto Grande carga el tanque a 20 pesos el litro, un kilo de azúcar cuesta 7,50 pesos, cualquier elemento de limpieza cuesta la tercera parte que acá, puede cenar con sus hijos, cuatro buenos platos con refresco y hasta una cerveza por poco más de 500 pesos.

Pero esto lo puede hacer la clase media, la que puede salir en su vehículo, lo mismo que sucede con los que pueden acceder a comprar en los free shops o quienes pueden salir del país en avión asiduamente, como los políticos, que podrán comprar sin impuestos.

Ahora, para la gente pobre de los barrios, para los pobres viejos con una menguada jubilación, el bagashopping representa una solución para hacer rendir sus pesos, con lo que comienza nuevamente todo el círculo vicioso, que en forma cíclica se agrava por la diferencia de cambio con los países vecinos.

Por lo pronto parece que no hay gobierno que se anime a meterle mano al tema, tal vez solo quede el recuerdo del procedimiento que hizo el exdirector de Aduanas, el Dr. Víctor Lissidini (en el Gobierno del Dr. Jorge Batlle), quien llegó al bagashopping con un megaoperativo y el mismo personal que lo llevó a cabo tuvo que proteger a los puestos en la noche, porque los vándalos comenzaron a vaciarlos. Todo lo que recordamos es que al Dr. Lissidini lo metieron preso un tiempo después y a los años fue absuelto, porque acá prima el corporativismo, y los intereses de los miles de millones que mueven estos puntos de venta es brutal.

En estos días se publica que el puerto de Montevideo es el punto de entrada de todo el contrabando para Paraguay, Brasil, etc. —ese mismo puerto donde por pura casualidad se les cayó de arriba de la grúa el primer escáner para controlar los contenedores apenas llegó. Mientras tanto sigue entrando la mercadería subfacturada, con tramoyas para enviarlas a remate y lavar la operativa. Pasa de todo, pero los gobiernos siguen mirando para el costado, porque están al servicio de capitales superiores y conste que solo se revisan unos pocos contenedores de las decenas de miles que llegan cada año.

En la semana descubrieron una red de corrupción con el tema «cero kilo». Sin duda descubrieron la pólvora. ¿Quién no creció con los cuentos de los aduaneros que se hacían terribles casas con los magros sueldos de aduaneros? Imagínense ahora un «cero kilo» aplicado a comestibles, qué decir de la droga que pasa por frontera a menos «que a la persona se la vea nerviosa» y se le incaute la sustancia. Todo esto es solo para la prensa, porque no se revisa nada, la única vez en mi vida que me revisaron de verdad fue ingresando a Chile por la cordillera, donde tenés que bajar todas las valijas, abrirlas e incluso los perros policía ingresan al auto, lo de acá es todo un circo.
Acá estamos lejos de una solución, es inadmisible que se hable de cortes de puentes internacionales por parte de los que se oponen al «cero kilo», porque se sigue apañando la informalidad. Debe existir el momento en que se diga hasta aquí llegamos, pero el Gobierno no debe asistir a estas personas por estar desocupadas, porque de hecho nunca un censo puede tomar a estas personas como ocupadas, cuando están haciendo algo ilegal. Entiendo que es la forma de que los números del desempleo luzcan tan bonitos como lo hacen, pero todos sabemos que es una gran farsa frente-blanqui-colorada. Ya no queda mucho por fundir en Uruguay. ||

 
 
 
 
 
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