Liberalismo para todos
Jako Ramone
 

Respuestas a algunas críticas habituales al liberalismo.

Buscando por Internet información sobre liberalismo, no paré de encontrarme cientos y cientos de páginas negándolo o mejor dicho, con una ensalada de ideas, donde al liberalismo se lo llama «neoliberalismo» (algo que al día de hoy desconozco qué es) y se le adosan culpas inexistentes o en las cuales nada tiene que ver. Es por eso que trataré de dar mi visión sin palabras rebuscadas, sin citas de autores reconocidos, para que lo entienda el vecino y la vecina.

Una de las primeras críticas refiere al «individualismo». A la gente le han inculcado el concepto negativo de la palabra. Muchos entienden que una persona individualista es una persona mezquina, egoísta, desinteresada por los demás. Pero el individualismo, desde la perspectiva de un liberal, no refiere a lo anteriormente expuesto, sino a la importancia que en la concepción filosófica liberal se le asigna a la persona, al individuo. ¿Por qué? Pues porque el individuo es la minoría más pequeña, la más desprotegida.

Es así que se busca proteger los derechos y libertades del individuo por sobre todas las cosas. Protegerlo de los abusos que puedan cometer contra él otros individuos, o el Estado, en nombre de sí mismo o de las «mayorías».

El «liberalismo individualista» significa no aceptar ni justificar la agresión de otro, ni contra nuestra vida, nuestra libertad o nuestra propiedad. Sea quien sea ese «otro» y sea cual fuere la justificación de su agresión. Por ende el liberalismo es pacifista. La única excepción es cuando estamos haciendo uso de nuestro legítimo derecho de defensa. Solo en ese caso, y en ningún otro, podemos usar la violencia contra otros individuos. Y solo podemos usarla para defendernos. Aquí radica el único principio moral del liberalismo.

Por tanto, y al contrario de lo que comúnmente se piensa, el liberalismo no es una doctrina principalmente económica, sino que es un conjunto de definiciones que se basan en el principio de no agresión.

Muchas ideologías no se opondrán a la idea de libertad de forma directa, pero entenderán necesario profanarla en nombre del progreso, la igualdad, la «justicia» social, la ecología o todo un amplio catálogo de justificaciones tras las cuales se amparan los antiliberales de izquierdas y derechas, que al fin y al cabo lo que hacen es aplaudir la agresión hacia el individuo, y por tanto, la violación de sus derechos pretendidamente defendidos.

Los partidos políticos de la actualidad, los cuales basan sus principios en una visión «socialista» o «colectivista», en la medida en que limitan, condicionan e infringen la propiedad, al igual que los contratos voluntarios entre personas adultas, son antiliberales.

Otra crítica recurrente al liberalismo tiene que ver con la falta de solidaridad, y la poca importancia que se le asigna a la pobreza, al tiempo que defendemos a los empresarios y el «lucro».

Al igual que con la palabra «individualista», con la palabra «lucro» sucede algo similar. ¿Qué es lucrar? Según la RAE es: «Ganar, sacar provecho de un negocio o encargo». Cuando vamos a cualquier comercio, lo que busca el comerciante es lucrar, a cambio nos está atendiendo correctamente para que nos sintamos a gusto, nos está ofreciendo el producto o servicio que nos interesa adquirir y que necesitamos (de lo contrario no estaríamos ahí) y de esa forma nosotros, voluntariamente, le damos nuestro dinero.

Así pues, cada vez que un comerciante o profesional nos brinda un servicio, o nos vende un producto, lo que está haciendo es lucrar. Pero al mismo tiempo, nos está sirviendo. Ambos, nosotros y el comerciante, ganamos en la transacción, de lo contrario, no hubiéramos hecho un intercambio libre. No es por la bondad de las personas que podemos tener todo aquello que necesitamos, es por su propio interés, y el nuestro.

La solidaridad no es un patrimonio de ideologías como el comunismo o el socialismo (si es que podemos llamar «solidaridad» a la que se realiza con el dinero ajeno.

Sin embargo, «lucrar» en un sentido negativo, más bien debemos decir robar, es lo que hacen las empresas públicas o privadas a través de los monopolios, en ambos casos es el Estado el que le otorga tal privilegio. Ahí sí, las empresas no compiten, somos rehenes de sus servicios, y no tenemos opción de decir que no, ni de cambiar de proveedor. Por eso, los liberales creemos en el libre mercado y estamos en contra de cualquier forma de monopolio y de cualquier tipo de privilegio. Queremos justamente poder elegir a quién le queremos comprar, para darle voluntariamente nuestro dinero. Cuanto más regulaciones imponga el Estado, menos libertad de mercado habrá, y más perjudicados estaríamos todos nosotros.

¿Hay solidaridad en el liberalismo? Pues claro que sí. La solidaridad no es un patrimonio de las ideologías colectivistas como el comunismo, el socialismo o la socialdemocracia (si es que podemos llamar «solidaridad» a la que se realiza con el dinero ajeno).

La diferencia con la «solidaridad» de los colectivistas es que la solidaridad que impulsa un liberal no es bajo coerción y apercibimiento. Pues al igual que el amor, es un acto privado y voluntario de las persona. Al igual que no se puede obligar a nadie a amar a otra persona, tampoco se puede obligar a alguien a que sea solidario con otro. Sacarle dinero sin que esté de acuerdo, bajo amenaza, y regalarlo a otros, no es más que un robo. La solidaridad requiere ser voluntaria, de lo contrario, no es solidaridad.

Muchos justificarán la coerción del Estado, diciendo que «la gente es mala, no es solidaria». Bueno, no es así. Si bien todos somos distintos y todos tenemos derecho a hacer lo que queramos con nuestra propiedad, y muchos decidirán no ser solidarios, de todas formas existen abundantes ejemplos de solidaridad privada, los cuales funcionan mejor que la solidaridad pública. Miremos las cientos o miles de ONG que funcionan con ayuda de la gente, los cientos y miles de donaciones, tanto de materiales como de dinero vía telefónica.

No podemos no ver la labor importantísima que realizan varias fundaciones, como ser la Fundación Peluffo Giguens, la Fundación Caldeiro Barcia, la Teletón, por citar tres grandes, pero hay muchas más. Realizan un trabajo mucho más eficiente, aun recibiendo mucho menos dinero que organismos e instituciones públicas, las cuales viven a costa del Estado.

¿Pero por qué funcionan mejor? Pues porque ese es su fin, están creadas para eso, la gente que las integra está comprometida con las causas de cada una de esas empresas. Desde el que va a buscar una donación, pasando por el que colabora, hasta el que está dirigiendo la empresa. No son burócratas que están ahí porque desean tener un trabajo estable de por vida, a los cuales poco les importa si se gasta bien, mal o regular el dinero, y cuyo trabajo no depende del éxito de su función. Como dice el dicho, «el ojo del amo, engorda el ganado».

La economía de libre mercado recibe muchas críticas también, porque es común que la gente desespere ante la ausencia del Estado, ve todo como un descontrol, una falta de compromiso con los más necesitados, con aquellos que quedan «por fuera del mercado».

Bueno, primero que nada, tenemos que asumir que desde que ingresamos a la escuela estamos todo el tiempo siendo bombardeados por una educación pro estatista. Nos cuesta imaginarnos vivir sin un Estado que todo lo quiere hacer, y se mete en todos lados. Falsamente pensamos que el Estado puede manejar la economía y puede manipular el libre mercado, sin perjuicios. Si fuera así, no hubiese pasado lo de la «Tablita» en 1982, la crisis del 2002 o lo que están sufriendo en Estados Unidos desde el 2008 o lo que está pasando actualmente en España.

La única verdad es que cuando un Estado interviene en la economía, tratando de regular, imponiendo impuestos o trabas, lo único que hace es desbalancear la armonía del mercado, en busca de darle subvenciones y diversos privilegios a pocos, y generando monopolios en detrimento de la mayoría. Eso es lo que se llama capitalismo de estado o mercantilismo. Por eso el libre mercado es tan, pero tan impopular. Significaría el fin de muchos amigos del establishment (oligarquía de turno, sea de izquierda o de derecha), sería favorecer la movilidad social, y por tanto el ascenso de gente que está «más abajo», que lo único que quiere es superarse, trabajar y competir en igualdad de condiciones.

¿Quieren un ejemplo claro de libre mercado? Lo tienen frente a sus narices en las ferias vecinales. No hay impuestos, y todos tienen la misma oportunidad, cada uno va y pone su tela o mesa y sus productos y a competir. Sin más reglas ni regulaciones. ¿Es todo un caos? No, si no, no iríamos.

Respecto al temor sobre cómo llegarían los servicios básicos a los lugares más remotos, un miedo muy común, primeramente deberíamos preguntarnos: ¿eso hoy se cumple? ¿Todas las fincas o establecimientos rurales tienen luz eléctrica de UTE? ¿Llegan todos los servicios básicos a todos los rincones del país? La respuesta común a todas las preguntas es una: no.

Por otro lado debemos aclarar que muchas visiones liberales conviven con empresas públicas, pero estas deberán adaptarse al mercado, deberán poder competir y no fundirse, ni recibir beneficios especiales. Si dejan de ser improductivas, entonces, no nos costarán un peso.

Nos preguntamos, si UTE no llega a lugares remotos porque no puede o no le sirve, por qué entonces no terminar con el monopolio para empresas privadas que quizás sí estén interesadas en llegar. Quizás haya algún emprendimiento que solo quiera llegar a todos los ranchos del norte de Artigas y quizás haya otro privado que quiera llegar a todos los rincones de Maldonado. Liberando, desregulando, aumentamos las posibilidades de que más gente esté dispuesta a emprender, a «hacer cosas».

Nosotros los liberales preferimos que la gente opte, que surjan los emprendedores o la cooperación mutua, la cooperación voluntaria. Esa iniciativa que nos sacó de las cavernas, esa necesidad de tener que implementar y buscar soluciones para los problemas que surgen. Esa iniciativa es la que ha hecho que hoy podamos disfrutar de determinado confort y abundancia. Esa es la iniciativa que el Estado se encarga de matar, aletargándonos, anulándonos y convirtiéndonos cada día más y más en dependientes de él.

Por todo eso, creo que debemos decirle que sí al liberalismo.

 
 
 
 
 
 
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