La revolución como retroceso
Leyla Martin
 

Venezuela ha pasado a liderar un movimiento denominado «Socialismo del siglo XXI», que ha seducido a muchos de los pueblos vecinos en su ingenuidad y necesidades, y a sus respectivos gobernantes mediante el subsidio producto de nuestros ingresos petroleros.

Los nuevos gobiernos en América Latina, que se hacen llamar socialistas y contrarios al capitalismo, seguidores de la «revolución» venezolana, parecen estar sumiendo por igual a nuestros pueblos en un progresivo atraso. Lejos están de igualar para bien las condiciones de las clases sociales más desposeídas.

Claro está que esta situación es la pura y simple consecuencia de anteriores gobiernos despilfarradores en los que unos cuantos (por no decir muchos) se enriquecieron dando rienda suelta a sus ambiciones personalistas; que nunca hicieron algo verdaderamente provechoso por quienes los colocaron en el «trono» y que debieron ser la verdadera prioridad en las políticas de Estado.

Los nuevos falsos mesías solo mantienen viva la expectativa de esa masa marginada, que si bien no obtendrá lo que merece, permanece esperanzada en que algún día sucederá… por la gracia del mandatario en cuestión.

El presidente venezolano, invadido por un espíritu robinhoodiano, viene aplicando lo que irónicamente pudiéramos describir como una política de «arrebatar a los ricos para repartir a los pobres», según podemos entender quienes, tras el escenario, observamos atónitos cómo va sumergiéndose al país en un caos que, lejos de brindar mayores oportunidades a los necesitados, con el tiempo los hará aún más pobres, pero lo que es peor, dependientes de un Estado que les arroja unas migajas con la promesa de que les serán solucionados todos sus problemas en un corto tiempo… bajo la premisa de hacerlos personas más dignas.

Se ha despojado tanto a grandes terratenientes como a los medianos y pequeños productores, mas también a humildes propietarios de un modesto taller o de un estacionamiento (por citar algunos ejemplos), que representaban su único sustento y en muchos de los casos hasta su lugar de habitación, o de cualquier propiedad que al Gobierno caprichosamente se le antoje, sin haber sido indemnizados los perjudicados.
Adicionalmente, se han propiciado las invasiones a edificios, galpones, locales y afines, con el pretexto de la carencia de vivienda.

Ha sido violada pues la propiedad privada, constitucionalmente amparada. Miles de hectáreas de terreno del Estado siguen allí, esperando que alguien se apiade de ellas. Mientras tanto, las fincas y haciendas expropiadas en plena producción, al colocarlas en manos inexpertas, se han convertido en tierras infructíferas.

Se habla de «soberanía alimentaria», cuando el 70 % de lo que consumen los venezolanos es importado, después de haber sido un país cuya actividad agrícola se consideraba una de las bases de la estructura geoeconómica del país,  junto a las denominadas «operaciones de extracción» y su principal producto: el oro negro, conformando el llamado Sector Primario de la economía con una larga tradición histórica que data de más de cuatro siglos, tomando la agricultura como bandera y en menor medida la ganadería. Venezuela fue productor y exportador de café, maíz, arroz, sorgo, leche, carne vacuna y de otras especies, entre muchos otros rubros.

Los más altos índices de inseguridad registrados en su historia acosan a los habitantes, producto de la miseria material y moral que está viviendo la nación, que ha cobrado más de 150.000 vidas a manos del hampa en los últimos diez años. Se han deteriorado en forma galopante las vías de comunicación, todos los servicios públicos (luz, agua, transporte, gas, etcétera). La población se ha enfrentado al desabastecimiento de diferentes rubros, principalmente los alimentos (café, azúcar, harina, aceite, etcétera). Ha descendido de modo alarmante la calidad y el nivel educativo, pese al lanzamiento de los programas denominados «Misiones», de las que se presume sirven para incluir a quienes no gozaron de oportunidades, pero que en realidad más bien funcionan como plataformas ideológicas de adoctrinamiento político. En la más reciente prueba interna de admisión para estudios de Ingeniería en la Universidad de Carabobo, una de las más prestigiosas del país, de entre 1.083 aspirantes únicamente lograron aprobar siete.

Este es un Gobierno que se ha atornillado al poder con base en insultos, irrespeto y falsedades.

Lamentablemente, solo el tiempo arrancará la venda de los ojos a quienes no entienden que se trata de «pan para hoy y hambre para mañana», y que la forma de avanzar es con trabajo y constancia y para que las reales buenas fuentes laborales existan es fundamental la empresa privada, como en todos los países desarrollados. ¿De qué modo podría el Estado soportar una carga tan pesada como lo es dar trabajo a todos sus habitantes? En condiciones menos severas que las que hoy atraviesa Venezuela, trabajadores dedicaron sus servicios por veinticinco y hasta treinta años a sectores dependientes de la Administración pública. Habida cuenta de la renta petrolera más cuantiosa de todos los tiempos con que ha sido privilegiado el Gobierno de turno (2008-2012), todavía no han recibido sus bien ganadas prestaciones sociales.

Ha sido y sigue siendo la empresa privada, pese a todos los obstáculos, la que ha echado para adelante el país. Es en ella donde los beneficios son excelentes, los pagos puntuales, las oportunidades de capacitación y mayor profesionalización han estado presentes. Pero claro, en las del Estado la inamovilidad o estabilidad a cambio de la filiación política, vacaciones, bonificaciones, etcétera, la superan ampliamente, convirtiendo a sus empleados en trabajadores de segunda categoría, absolutamente dependientes de «papá Estado».

¿Es esto lo que el país necesita…? ¿Es así como se construirá una mejor nación…? ¿Ello nos hará potencialmente competidores con los que se han constituido en verdaderas potencias…? ¡Creo que todos sabemos la respuesta!

 
 
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