«El rechazo de los demás me ayudó a aceptarme a mí mismo»
Hipólito Furtado
 

Sergio Elías Ferreira tiene veinticuatro años, es locutor, actor de doblaje de voces y se considera periodista amateur porque según él la comunicación es una de sus mayores pasiones después de las mujeres. Con una voz grave y seguro de sí mismo me contaba de él como quien cuenta una película, la paradoja de todo esto es que esa «película» está basada en su propia historia.

«Yo vengo de una familia humilde, trabajadora, con muchas necesidades económicas, somos “pobres”, no hay otra palabra que no sea esa...». Sergio a su corta edad padece de «rodillas flexas» a causa de una parálisis cerebral en el vientre de su mamá, causándole al nacer el no desarrollo de los tendones en la zona del talón.

Según los médicos hace veintidós años atrás él tenía una atrofia muscular, lo cierto es que Nilda (su mamá) se dio cuenta de que Sergio no estaba bien a sus casi dos años, ya que solo gateaba y al pararlo en la cama se caía sin poder tener ningún tipo de estabilidad. Nilda entendió en ese momento que había algo en su hijo que no cerraba, que no estaba nada bien.

Los años pasaron, Sergio Elías creció con su «condición», su mamá jamás lo trató como un discapacitado, lo trató como al resto de sus hermanos, no lo veía como un niño con problemas, al contrario, era demasiado travieso como todo niño.

A los seis años tuvo su primera operación riesgosa, le reconstruyeron la cadera para que pudiera caminar. Después de pasar ocho meses enyesado en una cama, Sergio, a sus jóvenes e inocentes siete años, comenzó a dar sus primeros pasos, ahí la decisión de su madre de que debía entrar a la escuela. Hubo un momento de la entrevista en que él me recalcó que jamás de los jamases sufrió ningún tipo de discriminación, ni de sus compañeritos, ni del cuerpo de docentes, ni de los demás padres; su niñez la recuerda con mucha felicidad, tuvo una infancia feliz, alegre, activa, dinámica, pero mientras tanto pasó por siete operaciones más para poder caminar con normalidad, por más que tuviera ciertas limitaciones al hacerlo por sus cortos tendones que le impiden hacer movimientos que para otros son totalmente rutinarios.

En su adolescencia comenzó a vivir el principio de lo que más tarde sería una tortura cada minuto de su vida, comenzó a notar «la mirada déspota de los demás», esa mirada que lo hacía diferente al resto, esa mirada que lo llevaba a mirarse a sí mismo como un «bicho», según el propio Sergio. Si bien a los dieciséis años tuvo su primera «noviecita», llegó un momento en que empezó a tener graves problemas de autoestima; «me sentía preso en mi propio cuerpo».

La discriminación de la gente en cada lugar al que iba, el desprecio, lo llevaron lenta y a la vez muy velozmente a algo que en su momento lo aliviaba de ese gran dolor: drogas, alcohol, tener una vida muy superficial, caminar sin sentido. La marihuana era para él en aquel entonces algo que no lo dejaba de lado, que lo «salvaba» en cierta forma, que lo sacaba del contexto oscuro en el que estaba. Sentía asco de sí mismo y tenía un odio grande para con los demás. Era tanta la desesperación que él sentía en esos  momentos que decidió quitarse la vida por segunda vez, intentó pero no pudo hacerlo y al no poder llevar a cabo lo que quería simplemente lloró toda una tarde encerrado en su habitación, sin consuelo, solo, él y su dolor en el pecho.

Cuando entró a trabajar en un supermercado, aprendió de sus compañeros algo que él ignoraba: «Todos tenemos problemas y seguimos de todas maneras». Muy de a poco fue tomando otra actitud ante el mundo que lo rodeaba, ante la adversidad, comenzó con una sonrisa, siguió con un saludo a los demás hasta que se fue dando cuenta de que cada uno es quien tiene la fortaleza para ir cambiando toda esa negatividad por cosas positivas. «Creo que una de mis virtudes es escuchar consejos y lograr disfrutar de los pequeños momentos de la vida, doy gracias por haberme encontrado con gente buena que me ayudó y sobre todo darle las gracias a mi vieja por haberme tratado siempre como un hijo y no como un discapacitado, ni que hablar de su amor».

«¿Y cómo te sentís hoy?», le pregunto, a lo cual me contesta rápidamente: «Me siento feliz, feliz...».

Hoy, Sergio Elías Ferreira sueña con ser padre: «Ser padre sería lo mejor de mi vida, lo más lindo que me pueda llegar a pasar; yo no entiendo cómo hay padres que no le dan importancia a los hijos, eso no entiendo». Terminar sus estudios, seguir apostando a esos fragmentos de segundos de felicidad que nos regala la vida, quiere convertir su propia experiencia de vida en una obra de teatro, ver su historia plasmada en un escenario para dejar un mensaje a quienes una vez se sintieron solos, discriminados, apartados.

Ahora yo me pregunto: ¿hasta qué punto debemos llegar para darnos cuenta de cosas que son obvias y no vemos por miedo, orgullo, y otros tantos factores? ¿Podemos disfrutar de cosas pequeñas que hacen grande un momento en nuestra vida?

«Vos no sabés lo que el otro puede ver en vos, puede estar viendo un arco iris y vos te sentís una tormenta».

 
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