Inspirado en la ética de Arthur Schopenhauer
Dedicado a mis maestras y maestros.
En las mañanas obscuras,
en las tardes de tormenta,
en las noches frías,
no hieras a nadie.
En la ira,
en la tristeza,
en la desesperación,
no hieras a nadie.
En el fracaso,
en el triunfo,
en la rutina,
no hieras a nadie.
En el dolor,
en la salud,
en la enfermedad,
no hieras a nadie.
En las ideas,
en el cuerpo,
en las emociones,
no hieras a nadie.
En las creencias,
en las costumbres,
en las ideologías,
no hieras a nadie.
En la infancia,
en la adultez,
en la vejez,
no hieras a nadie.
En familia,
en comunidad,
en soledad,
no hieras a nadie.
En la flora,
en la fauna,
en la humanidad,
no hieras a nadie.
En Dios,
en la naturaleza,
en lo indeterminado,
no hieras a nadie.
No hieras a nadie,
no te hieras a ti mismo,
si llegas a herir,
no te culpes,
no te arrepientas,
no te lamentes,
tan sólo deja de herir,
tan sólo deja de herirte. |
Ecos de dolor rondan el silencio,
revolotea el murmullo de los sueños,
lamento las palabras imprecisas,
se me develan los lapsos sin empatía,
mi escucha excede el tiempo de las sesiones,
las heridas del espíritu se transfieren para ser curadas,
mi vocación es resguardar los corazones,
contener la angustia que les amenaza.
Eros rebota entre Edipo y Narciso,
amamos lo que somos en lo que no somos,
odiamos lo que no somos en lo que somos,
de ahí lo claroscuro del final de consulta,
amantes y verdugos se confunden,
la razón extenuada cede paso a lo inverosímil,
es en el anfiteatro de lo absurdo
donde se disecciona el alma humana.
Las noches del psicoanalista
son conclaves de subjetividades,
pleamar de síntomas en deconstrucción,
esferas saturadas de vacío,
paciente espera de los encuentros,
tan sólo de la escucha serena emana
el alivio para las contusiones anímicas,
sanar es un don del vínculo. |
Alguna vez creíste creer en Dios,
pero tu fe era usurpada por un falso embajador.
Eras uno de los pocos bendecidos
bajo el ala de Su favor,
un obrero más para tanta mies,
el primero de la lista si leían la lista al revés.
Hubieras dado todo
por probar tu fe con un león,
por entrar confiado al horno.
Pero no había tribulación, solo moral,
y la moral era prohibición,
una vida sin porno ni televisión.
En el lento devenir del tiempo
tu Razón al final te negó la razón.
Cuando en lugar de sentir pensaste
sobrevino en tu corazón
el fin de la usurpación.
¿A quién subía el humo de tus holocaustos?
¿Con quién pactabas, Fausto?
Pero como pensabas querer creer,
¿cómo sentir que no tiraste al limbo tantos años?
¿Cómo salir con el corazón limpio del rebaño?
Dijo Pedro a Jesús: «¿A quién iremos?
»Tú tienes palabras de vida eterna».
«Tú», no el embajador. |