Uruguay, ¿país turístico?
Liber Trindade

 

Cuando uno sale del país, se hacen más evidentes las carencias que tenemos, más cuando queremos vender que somos un país de turismo y es poco lo que podemos ofrecer.

Hace pocos meses un informe de un periodista extranjero marcaba muchos de estos puntos y algunos se enojaban por su enfoque, a pesar de que entiendo que nos mostraba tal cual somos, con nuestras limitaciones, un país bastante gris, con una gastronomía bastante limitada, tal vez no salgamos de los tallarines, los ravioles y los asados, cuando afuera parece infinita la variedad de platos y sabores. Pero eso no es lo que más nos relega, sino la atención humana, creo que hemos perdido en ese punto el horizonte y lo cortés, lo servicial, ya no es un elemento común. Nos tenemos que conformar con que varios minutos después de sentarnos en un lugar de comidas aparezca un mozo y nos traiga una carta, casi sin mediar trato, ni algún agregado en el servicio, en dos acciones muy rápidas nos levantarán el pedido, nos traerán el plato y no habrá más contacto hasta tanto no pidamos la cuenta. Ese mínimo contacto comienza a marcar grandes diferencias y nos aparta de lo humano, que ni siquiera sale a relucir para intentar obtener una propina por la atención. Tal vez esta actitud sea la que hace que cada vez más distintos negocios gastronómicos estén atendidos por personal extranjero que lo hace con simpatía.

La calidad de los servicios se debería ver también en lo estatal, pero se falla desde el recibimiento mismo del turista, que carece hasta de cartelería en la vía pública para desplazarse, se gastan millones y millones de dólares en publicidad estatal, de la intangible, de la que se lleva sin dejarnos nada la tanda, sin embargo con esa misma inversión podríamos dar orden a una capital que no te avisa hacia dónde vas, que no te ayuda a entrar y a salir de la misma, que no te avisa con el suficiente tiempo los caminos para que el tránsito sea más fluido. Si no, hagan el recorrido de un turista que viene por avenida Italia del este y debe ir a Colonia, encontrará un cartel que es una reliquia sobre el cantero al llegar a bulevar Batlle y Ordóñez, el cual difícilmente verá, tapado por el tránsito, y si puede doblar, sobre el hospital Policial otro cartel bajo intentará llevarlo a bulevar Artigas para salir al oeste. Este simple ejemplo representa una vergüenza para una ciudad capital y para ello no hay que gastar más, simplemente invertir mejor. Habrá quienes dirán que estoy pidiendo carteles cuando apenas tenemos calles y avenidas, lo que es cierto, pero debemos mirar esos detalles que parecen imperceptibles para quienes estamos acostumbrados a manejar en el caos, entre motos y carros, debemos avanzar hacia una ciudad que incluya a los de adentro y los de afuera.

Vendemos la imagen de un país natural y no podemos mantener ni un parque. Al ejemplo que quiero remitirme es al Parque Roosevelt, un gran pulmón que atraviesa la Costa de Oro, donde con gran sorpresa vimos cómo se terminaba el 2013 y comenzaba el 2014 con la Intendencia de Canelones talando un importante espacio frente al Géant para instalar allí un parque infantil. Fue muy curioso porque a pesar de que no había proyecto aprobado y de que no se había hecho el llamado a licitación, ya se estaban eliminando todos los árboles y comenzando a construir parte de las instalaciones del nuevo parque.

Nada nos debe sorprender a la hora de ver que las cosas se hacen de forma poco transparente, no se sabía quién iba a ganar la licitación y ya la empresa que resultaría adjudicataria decía que no había otras empresas para llevar adelante ese proyecto.
Lo cierto fue que sin licitación adjudicada, se taló, se construyó, para instalar allí un parque infantil llamado BLUpark, con un costo de ingreso de $ 490 por persona. Se eliminaron los juegos infantiles gratuitos de madera que allí había y ahora el que quiere juegos que pague. Ya estando en el mes de agosto el lugar sigue bastante desprolijo, con obras a medio hacer, con caminería faltante, en definitiva, se privatizó parte de un parque y al mejor estilo con cosas sin terminar.

En el entorno lucen decenas y decenas de árboles que han ido cayendo y luego de trozados quedaron sus raíces por todos lados, similar a lo que pasó en el Parque Rivera.
Pero para sorprendernos un poco más, debemos ingresar al corazón mismo del parque. Allí existen muchas construcciones precarias, se lo usa como punto de clasificación, tarea que lleva adelante muy dignamente una cooperativa de recicladores, pero el lugar se ha convertido también en un punto verde, donde se arroja todo tipo de podas, corte de césped y escombros, al punto de que apenas permiten el paso por el camino que cruza el parque. Circularlo, además, es bastante dificultoso, debido al barro y los pozos producidos por los pesados vehículos que allí ingresan para entrar y sacar basura.
Por un lado el parque nos recibe con un letrero para que disfrutemos de la caminata en un lugar hermoso y a pocos metros la caminata ya es con obstáculos, parece que la mugre se ha convertido en nuestro patrimonio histórico.

Cabe seguir haciéndonos la pregunta de qué país queremos. Si una de las respuestas es un país que vive del turismo, habrá que hacer rápidamente un balance de estado de situación y tomar acciones, porque en un mundo globalizado quedamos totalmente relegados, con pasajes al primer mundo a 550 dólares, con hoteles 5 estrellas a 99 dólares habitación doble, que en la realidad por lo menos duplican las estrellas de los nuestros, con parques infantiles como Disney a 90 dólares, con una gran seguridad, con servicios de primer mundo a menor costo que los nuestros.

Ese debe ser un gran desafío para un país estancado como el nuestro, cambiar el chip, tenemos la posibilidad de hacerlo, pero implica un gran cambio de mentalidad, mirar hacia arriba, debemos revertir el constante emparejar hacia abajo. ||

 
 
 
 
 
 
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