Bulimia nerviosa: El oscuro secreto de Mía

Julieta M. Rey

 

Cada uno tiene golpes distintos en medio de este juego, la vida, donde cada uno mueve las fichas como puede, como la vida le fue enseñando, puede que sea acertado o erróneo, lo importante es no abandonar y aprender de los errores.

Les voy a contar un poco de mi historia, cuando en un momento la vida me puso a prueba y no tuve más remedio que avanzar. Las fichas estaban sobre la mesa, pero el tema era ¿para dónde voy…?

Luego de años atrapada en «el oscuro secreto de Mía», este salió a la luz, cuando ya mis mentiras habían pasado por todos mis allegados. «Mía», como la llamo yo, es lo que los doctores suelen llamar bulimia nerviosa. No la veíamos del mismo modo, para ellos era una enfermedad que pone en riesgo tu vida, pero para mí era mi estilo de vida. ¡Cómo puede una enfermedad meterse tanto en la cabeza de uno para hacerte creer que es un estilo de vida!

Eso que escuchás, loco e insano, así era mi vida en ese entonces. La «felicidad» que vivía solo yo me la creía. Era un mundo de obsesiones y manipulaciones donde además de manipular a mi familia y a todo el que me rodeaba, me mentía a mí misma… Mi vida era un caos.

Al comienzo, tenía quince o dieciséis años (uno nunca sabe cuándo ni cómo empieza todo, pero empezó cuando me mudé de mi cuidad). A esa edad recién te estás encontrando con vos misma, encontrándote para un futuro, cuando mucho depende de los pasos que sigas. Al mudarte, aunque no quieras, la vida te va separando de las personas, aunque estaba solo a dos horas de distancia. No las perdés de una, pero las perdés de a poco.

Nunca me había fijado o importado mi cuerpo, era normal, nunca fui una chica de cuerpo con problemas, incluso comía más sano que cualquiera de mis compañeras. Pero eso no importó, de la nada mi cuerpo me empezó a preocupar. Siempre se empieza queriendo bajar los «kilos de más», pero ¿qué pasa cuando no podés bajar ni un kilo, cuando la comida es más fuerte que vos, y en vez de adelgazar engordás? Porque llegaba a mi casa y comía cada día peor… Remplazaba los amigos, la familia, el estudio por comida…

Llegó un momento en que mi cuerpo no era el mismo, y me empecé a preocupar más de lo normal. Si ya quería hacer dieta, y en vez de adelgazar esos «kilitos de más» pasé a engordar, imagínense..., ¡ya se estaba volviendo de a poco el centro de mi vida! Ya se estaba metiendo como nunca creí adentro mío.

Empecé tomando alguna pastilla para sacar el hambre, luego ya iba a pasos mayores cuando descubrí El mundo de Ana y Mía (Ana: nombre que dan a la anorexia; Mía: bulimia. En un primer momento esto ayudaba a que no fueran fáciles de detectar en la red). Todas las que entrábamos en ese mundo éramos Princesas (Prin / Princesa: apelativo que merecerían las que alcanzan la perfección en la extrema delgadez). Qué lindo, ¿no? Este mundo oscuro lo transformaron en un cuento de hadas... Y en princesas, llamadas Ana y Mía, Mía en mi caso. Las páginas de Internet me fueron comiendo la cabeza. Y Mía, la bulimia, ¡me estaba matando!

Ya no era un par de laxantes, eran diez, o una caja de laxantes. Ya no era ir al baño en medio de clase, era no ir a clase, ya no podía con mi vida. Pasó de un simple «juego» a un mundo sin salida, o eso creí... Ya pasaba a ser como «un estilo de vida», o pro-Mía (es la creencia de que la bulimia es un estilo de vida a escoger al igual que otras enfermedades).
Esta creencia, junto con la de pro-Ana, ha sido criticada por crear un ambiente en donde personas con trastornos alimentarios han decidido no buscar tratamiento y promueven la enfermedad. Los defensores de estas creencias responden a esto que ellos no reconocen la bulimia nerviosa como un desorden o enfermedad que merezca tratamiento, sugiriendo que todo aquello que puedan decir en sus sitios es saludable, pero que si es llevado al extremo podría causar daño físico y psicológico.

A este extremo llegaba mi enfermedad, si estaba sola, simplemente vomitaba. Si no, lo arreglaba saliendo a caminar, quemando las calorías que comía o tomando laxantes, sí, cualquier remedio que consiguiera para eliminar calorías, sea como sea, costara lo que costara. Que en este caso, podía costar la vida...

Esta enfermedad te come el cuerpo, pero principalmente la cabeza. Es difícil de explicar cuando no lo vivís en carne propia, pero te consume. Es como si estuvieras dividida en dos personas, vos y «tu otra vos»: ¡tu vos enferma! Esa vos es la que te dice lo que no es, lo que te creés.

Mientras que vos sabés que lo importante es lo de adentro (como dicen), ¡tu otra vos te dice que el éxito está afuera! Y te lo creés...

¿Cómo no creer cuando apenas prendes la TV muestran eso? ¿Cómo no creerlo cuando la vida se transforma en un desfile de modelos, no de personas? Nunca fui superficial, ¡pero esa «vos enferma» me estaba volviendo superficial! De a poco, ya ni era yo… era un monstruo enfermo.

Cada día estaba peor. Pasaban los años y nadie se daba cuenta, pero mi cuerpo empezó a responder. Un día mi corazón empezó de repente a palpitar fuerte, yo no sabía lo que era, no entendía si eran ataques de pánico o por todo lo que estaba tomando, no comiendo, o comiendo y vomitando… Y no quise entrar en razón, simplemente lo dejé a un lado, pero bien sabía que algo no andaba bien.

Después de esos días ya no era lo mismo, me empezó a dar miedo cada paso que daba, pero la enfermedad seguía en mí. Pasados los meses, ya mejor, pero más empastillada que nunca, pasó lo que tenía que pasar. (Empastillada por lo que tomaba y lo que me daban con receta para calmar la ansiedad, los nervios, para calmar lo que nadie sabía que era incalmable hasta que no se supiera la verdad. Pero unos meses después, salió a la luz...).
Mi mayor secreto salió de la peor forma, internada por alcohol (nunca tomé tanto, pero claro, no tenía alimento en el organismo y sí remedios de todo tipo, ¿cómo podía un cuerpo aguantar?).

Y así salió, más que lógico. Pero increíblemente, nadie entendía, porque engordaba y adelgazaba todo el tiempo, ¡a pesar de la depresión! ¿Quién podía entender?
Dentro de todo tenía un cuerpo normal… No era extremadamente flaca, por esa razón dicen que la bulimia es el gran secreto, la gran mentira. La anorexia se ve, ¡la bulimia muchas veces no! Gran diferencia que muchos no saben, es más fácil de esconder... ¡lamentablemente!

Cuando en mi casa todo empezó a cambiar, y empezaron a entender qué me pasaba, el por qué de mis comportamientos y demás, decidieron tratar de ayudarme metiéndome en ALUBA (Asociación de Lucha contra la Bulimia y la Anorexia).

Me costó mucho querer salir de la enfermedad, querer no es tan fácil como parece, no es tan fácil como entrar. La cabeza ya está manejada por la parte enferma, ¿y cómo cambiaba eso? Los primeros pasos fueron eternos, era enero, año nuevo del 2011, la gente vivía y yo encerrada, casi presa, sin salida, no quería saber nada… No querer salir y engordar, solo eso me importaba. Pero realmente era no querer salir a afrontar el mundo, la realidad de la vida. Cada día se me hacía mas difícil todo, tenía diecinueve años y mi vida no avanzaba hacía ya unos años. Era como si estuviera estancada en lo mismo.
Pero todo empezó a cambiar, cuando yo quise cambiar. Empezando por que sola no se puede, pero está bueno agarrarse de cosas que lo ayuden a luchar, a salir de ese pozo (que uno piensa que es sin salida pero no, tiene salida).

Empecé de a poco a valorar las cosas importantes, a afrontar la realidad (lo bueno y lo malo). Siempre caía pero me volvía a levantar. Empecé a aprender la verdad del significado de la frase «un tropezón no es caída». Me enseñaron que cuando sola no se puede, tenés que buscar ayuda. Siempre va a haber alguien, aunque a veces son personas inesperadas. Cosa que me pasó, que duele pero es muy lindo a la vez, saber quién está y no está. Quién está para darte la mano y no tropezar, para ayudar a levantarte. Nada más valioso que eso.

Aunque creemos que todo podemos, que solos podemos salir y creemos que no necesitamos ayuda, tenemos que darnos cuenta de que muy difícil es caminar por cuenta propia. ¿Por qué no pedir ayuda? ¿Por qué no dejarnos ayudar? Eso fue lo más valioso que aprendí, me empecé a llenar de fuerzas. Desde mi familia, mis amigos, hasta inspiraciones. Saqué inspiración de una gran artista que compartió su dolor, mostró lo que era por dentro su vida, y me enseñó a luchar, a mantenerme fuerte, y a darme cuenta de que no estoy sola. Parece loco pero, ¿qué mejor que una historia de vida real? Que cuando creés que sos la única que está sola, aunque te traten de ayudar, creés que nadie te entiende…  Pero sí, en otro lado del mundo o más cerca de lo que uno piensa, la gente está pasando por lo mismo, no estamos solos. Tenemos que aprender a brindar y pedir ayuda, a caminar con los brazos abiertos, aceptando y agradeciendo. Ser como somos y salir adelante, un tropezón en la vida no es caída. Y se puede. Hasta pensando que es el final de tu vida, un día en la máxima depresión, todo puede cambiar… pero depende de uno.

Hoy en día, estoy mejor que nunca. Claro que a veces caigo, no en la enfermedad (que es «la excusa») sino en la vida, pero siempre estoy fuerte para mantenerme en pie. Algún día te lo voy a agradecer en persona, gracias Demi Lovato. Tu música, tu inspiración y principalmente, por haber hecho que no me sintiera sola. Gracias a mis amigos (esos que estuvieron a pesar de que yo ni quería saber nada con la ayuda) y a mi familia, el soporte inigualable.

Gracias y se puede… Dejate ayudar.

 
 
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