Realidad o simple teoría. Mea culpa |
Jorge Benedykt |
Hasta la década del 60, todos éramos iguales, todos íbamos a la escuela pública. Nadie se sentía diferente. Nos educaban en casa y adquiríamos conocimiento en la escuela. ¿Dónde nos equivocamos? ¿Dónde me equivoqué? |
A lo largo de los años he desarrollado muchas teorías en relación a diferentes temas. Muchas de ellas me las he guardado para mí, otras, las he compartido con algunas personas y no siempre fueron aceptadas como buenas. En muchos casos no las han tomado en serio porque pienso que existe mucha hipocresía o ideas preconcebidas en la gente, otras porque no las han comprendido y otras porque simplemente puedo estar equivocado. Estas teorías van desde el cada vez más frecuente divorcio en los matrimonios aparentemente perfectos hasta teorías de por qué cada día vemos a nuestros hijos y nietos respetando menos a sus padres, abuelos, familiares y a personas e instituciones en general. Una de ellas es justamente la que se refiere a la educación. Si bien en todas las épocas han habido niños más respetuosos, más educados y más interesados en los valores sociales y familiares, también es cierto que los ha habido de los otros, los rebeldes, los hiperactivos, los que «dan mucho trabajo». |
Si en vez de sacar a nuestros niños de la escuela pública para matricularlos en escuelas privadas hubiéramos empezado a invertir nuestro dinero en la escuela pública, hoy no harían falta tantos colegios privados. Ningún niño sería rico o pobre, todos serían compañeros y ejemplos unos de los otros. |
Sin embargo hoy, esta última clase de niños y adolescentes parece ser la generalidad o una gran parte de la nueva generación. A menudo converso con padres, madres y abuelos que me dicen siempre las mismas cosas, mis hijos no me respetan, no me hacen caso, no le tienen miedo a los castigos, se portan mal en la escuela, nada les alcanza, quieren todo, no importa el precio y lo quieren ¡ya! Los abuelos quedan agotados, a los niños ya no les gusta escuchar cuentos, leer libros, quieren ver televisión, jugar los juegos en el iPad, en el iPhone, y generalmente son juegos en donde si él no mata a algún personaje el personaje lo mata a él. En mi época de niño yo también veía televisión, veía películas en que el gato Tom quería comerse al ratón Jerry, pero ni yo creía que era el gato ni me sentía el ratón. Hoy, los niños quieren ser los personajes, son el hombre de piedra, el hombre de arena, el hombre araña, el bueno que mata al malo aunque nunca se sabe quién es el bueno y quién es el malo ya que siempre se matan entre ellos. Lamentablemente hoy existen maneras de pasar el tiempo donde el papel y la letra no significan nada, donde pensar es algo desnecesario ya que todo viene ya pronto. No hay nada para aprender, apenas se les enseña, y no en la escuela ni en la casa, aprenden en las pantallas de los celulares, de la televisión o de las tablets. Leer el diario, ni pensar. Los programas de adultos o son demasiado adultos, o si son educativos son, para los niños y los adolescentes, muy «aburridos», no tienen acción, muertes, sangre, villanos o héroes ni relojes que lanzan cuchillos, no tienen espadas que cortan al medio al enemigo ni autos que atropellan a nadie. Antes, los héroes eran otros… En mi teoría, y hago mi «mea culpa», los padres cometimos un gran error cuando, por ser de clase media, quisimos hacer un poco más en lugar de ser un poco más. Hasta la década del 60, todos éramos iguales, todos íbamos a la escuela pública, al liceo público, todos íbamos al IAVA, todos nos juntábamos en las casas de nuestros compañeros de la escuela o del liceo y nadie se fijaba lo que los otros tenían. En la práctica, todos teníamos casi lo mismo, y si en una casa no había televisor, los que tenían invitaban a los que no lo tenían para asistir mientras nuestras madres nos hacían un Vascolet para pasar el rato. Pero nadie se sentía diferente. Sabíamos que había algunas escuelas diferentes, escuelas donde iban los hijos de algunas familias tradicionales, algunas familias ricas, pero eran pocas y, en la mayoría de los casos, nuestros padres no hacían ningún esfuerzo para mandarnos a esas escuelas ni sentían que si no lo hacían no nos estaban dando una buena educación. Nos educaban en casa y adquiríamos conocimiento en la escuela. En nuestras casas había enciclopedias, diccionarios, libros, diarios, discusiones sobre temas de actualidad, conversaciones sobre música, noticias, se respiraba cultura y respeto. No importaba si la familia era más culta o menos ilustrada, lo que sí importaba era que había algo que pasaba de generación en generación y formaba nuestro carácter, nuestra educación y nuestra visión de familia. En la década del 70, la tecnología, la política, los cambios sociales hicieron que los colegios privados comenzasen a surgir, en principio, como buenos negocios, y como consecuencia la sensación de los padres de que podían darle a sus hijos una mejor educación haciendo que se «codeen» con otros niños de su mismo nivel. Y fue ahí donde se desniveló todo. Los profesores de las escuelas públicas ganaban poco, los que eran un poco más capaces o tenían mejor suerte migraron para las escuelas privadas, con mejores salarios y más tiempo para mejorar sus habilidades como maestros y profesores, los gobiernos dejaron de darle la importancia necesaria a las escuelas públicas ya que había muchas privadas y quien quisiera darle una mejor educación a sus hijos podía hacer un esfuerzo por pagar «algo mejor», los maestros y profesores con vocación para la enseñanza que no fueron llevados o no pudieron acceder a un contrato en colegios pagos tuvieron sus ingresos despedazados por la inflación y los pocos recursos que los sucesivos gobiernos destinaron a la enseñanza comparados con otros países más adelantados o más preocupados con el futuro no tuvieron otra alternativa que protestar y con razón, lo que fue creando un círculo vicioso. Cuanto más medidas de fuerza, más huelgas, más reclamos, más los padres buscaban para sus hijos, muchas veces a costa de grandes sacrificios, inscribirlos en colegios y escuelas privadas. Cuantos más niños de clase media migraban para los colegios privados, más los menos afortunados, más humildes y con menos recursos materiales y culturales iban quedando en las escuelas públicas. Y así, la rueda siguió y siguió, siempre en detrimento de un cada día peor intercambio cultural natural de una escuela donde la clase media, baja y alta eran una misma escuela. A mediados de la década del 70, yo mismo inscribí, desde la jardinera, a mis hijos en un colegio privado. Puedo asegurar que tuve que hacer un enorme sacrificio para poder pagar las mensualidades, pero creí que estaba haciendo lo mejor por la educación de mis hijos. Sinceramente, no me arrepiento, tuvieron una muy buena educación. Pero reconozco que una gran parte de ella no se debió al colegio, y sí a la educación que mi esposa y yo les transmitimos en base a lo que aprendimos en nuestros hogares cuando niños y en nuestras propias casas, las de los abuelos, quienes al igual que mi esposa y yo también fueron a escuelas públicas. ¿Dónde nos equivocamos? ¿Dónde me equivoqué? Hoy en día los colegios privados cuestan mucho dinero, los hay por $ 6 000 al mes por cada niño y los hay hasta por $ 25 000 por mes por cada niño o niña que allí estudia. Si en la década del 70 en vez de sacar a nuestros niños de la escuela pública para matricularlos en las escuelas privadas hubiéramos empezado a invertir nuestro dinero en la escuela pública, cada padre en la propia escuela donde estudiaba o estudiaría su hijo, en la del barrio, contribuyendo para aumentar el sueldo de los maestros, para construir gimnasios, laboratorios, contratar psicólogos, para pagar mejores salarios, cursos a los profesores, para invertir en tecnología, en estructura, en educación y cultura, hoy no harían falta tantos colegios privados, no habrían profesores frustrados por no poder hacer su trabajo de manera decente. Continuarían habiendo niños de familias más abastadas y de familias pobres o humildes, pero ningún niño sería rico o pobre, todos serían compañeros y ejemplos unos de los otros. Y si siempre consideramos que el bien triunfa sobre el mal, el resultado sería ampliamente positivo. Sé que me van a decir, como ya me han dicho, que cada ciudadano ya contribuye con la enseñanza en los impuestos, pero hoy, sea que mandemos a nuestros niños a un colegio público o a uno muy caro, de todos modos estaremos pagando nuestros impuestos, pero el egoísmo y el ego, el nuestro, no el de nuestros hijos, nos hizo dividir nuestros pequeños estudiantes en dos grupos, los que se sienten ricos, como a nosotros nos gustaría ser, y los que se sienten menos. Y esto hablando por la parte financiera, porque riqueza no es cultura ni pobreza es falta de educación. Lo que hemos creado es un mundo de celos, deseos y frustraciones, de comparaciones irracionales, un mundo del que puede y del que no puede. Hoy me animo a desafiar a cualquier padre que manda a sus hijos a un colegio privado a que pague lo mismo que paga en ese colegio, o tan siquiera la mitad, para ayudar a darle un salario digno y buenas condiciones de trabajo a un maestro de una escuela pública, y desafío a hacer una cuenta simple. Sumen lo que hoy se paga entre todos los alumnos de colegios privados y divídase este valor por cada escuela pública de nuestro país. Veremos si la educación no mejora, si los profesores no mejoran, si las relaciones entre los niños no mejoran, si la cultura general, al intercalar niños de diferentes ámbitos familiares, educacionales y culturales, no mejora. Hoy consumimos escuelas privadas como consumimos celulares, tablets, iPods, ropa o zapatos deportivos de marca, sin darnos cuenta de que la cultura y la educación no se compran, se heredan, se aprenden y se contagian. La separación de clases trae segregación, la segregación trae resentimientos, y los resentimientos traen violencia que trae más violencia y mas resentimientos. Después culpamos a la educación, que nosotros mismos ayudamos a crear (o a destruir). Es fácil decir que en las escuelas públicas la educación es pésima, que el nivel es bajo, que el respeto no existe. Pero quien generó esto fuimos nosotros mismos al sacar de las escuelas los mejores ejemplos y alumnos con mayor tradición cultural y educacional. Es como querer crear una raza de la mejor calidad retirando antes de la manada los mejores ejemplares. No se consigue nada bueno. Hicimos todo al revés… Quizá muchos no concuerden con mi teoría, otros, tal vez sí. Lo que debemos entender es que somos parte de la naturaleza y que cuando cambiamos el ecosistema el resultado puede ser imprevisible. Si retiramos de la naturaleza un simple y pequeñito insecto como los coccinélidos, comúnmente llamados San Antonio y que no pasan de los 8 milímetros de tamaño, tendremos nuestras plantaciones diezmadas por los pulgones, alimento natural del San Antonio. Como establece la teoría del caos, pequeñas variaciones en condiciones iniciales pueden implicar grandes diferencias en el comportamiento futuro, imposibilitando la predicción a largo plazo. He preguntado a alumnos de diferentes escuelas y colegios privados de hasta tercer año si saben quién fue José Pedro Varela. La mayoría no tienen la menor idea. Y usted que fue a la escuela pública, ¿alguna vez se lo olvidó? ¿Existe esperanza? Sí, existe. Recordemos el ejemplo que tuvimos de nuestros padres, nuestros abuelos y nuestros maestros y empecemos a transmitirles a nuestros hijos y nietos lo que aprendimos, vivimos y compartíamos cuando todos íbamos a la misma escuela, éramos amigos y compañeros, y hagámosles saber, todos los días, que las diferencias materiales son apenas situaciones casuales y a veces temporarias, pero los verdaderos valores, el respeto, la tolerancia, la amistad, la educación, la generosidad y la humildad son para siempre. Nosotros creamos las diferencias, ahora trabajemos por la igualdad. || |
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