Una revolución dentro de la Revolución
Leyla Martin
 
Lo que inició como una protesta estudiantil pacífica se ha convertido en una situación de zozobra.

En medio de disturbios y rumores, en las calles de un país dividido, en el cual el acceso a la información se ha convertido en un cometido bastante complicado, sigue desenvolviéndose la vida de los venezolanos, quienes desde hace ya muchos meses pierden valiosas horas de su tiempo permaneciendo en filas ante expendios de alimentos para la adquisición —si es que alcanza la provisión esporádica que arriba a esos establecimientos— de los bienes de consumo básicos en su dieta.

La Comisión Nacional de Telecomunicaciones de Venezuela (Conatel), organismo oficial, ha prohibido expresamente a los canales la transmisión de las noticias que inciten a la violencia. Por otra parte, el Gobierno ha suspendido de la grilla en las cableras al canal colombiano NTN24 que las cubría y ahora Nicolás Maduro amenaza a CNN con sacarla del aire para Venezuela, por difundir los hechos que desde hace más de nueve días conmocionan diferentes ciudades del país, con la pérdida de vidas humanas, cientos de heridos y otros tantos detenidos; de hecho ya ha retirado las credenciales a sus corresponsales.

Han sido las redes sociales la ventana que brinda a la ciudadanía información y se abre al mundo mostrando la difícil realidad que enfrenta la población, ante un Gobierno sordo a los reclamos a una sola voz de la mayoría.

Lo que inició como una protesta pacífica de los estudiantes en varios puntos de Venezuela, reclamando seguridad ante la delincuencia desmedida que los tiene acosados, incluso dentro de las propias instituciones educativas, sus transportes y en mayor medida, lógicamente, en las calles que deben transitar a diario todos los venezolanos, se ha convertido en una verdadera situación de hostilidad y zozobra.
El Gobierno, en su absurdo afán de «salvaguardar su reputación» ya bastante maltrecha, se muestra ciego a la terrible crisis que se enfrenta en Venezuela por el desabastecimiento,  la escasez, la inseguridad y otras tantas dificultades, y en estos momentos, al escenario en que han devenido las manifestaciones diarias.

Por otra parte, la animadversión fomentada durante los largos quince años del régimen ha permeado los cuerpos de seguridad estatales, incluyendo por supuesto a las fuerzas militares y a la Guardia Nacional Bolivariana, algunos de cuyos miembros han actuado en modo desmedido contra quienes han ejercido el derecho a la protesta consagrado en la Constitución de la República, instaurada por el propio Gobierno en el año 1999, en tiempos del difunto Hugo Chávez.

Ante el ataque, la población reclamante, integrada mayoritariamente por los jóvenes universitarios, ha reaccionado, en algunos casos, con más violencia. El disgusto ha llevado a que se haya impedido el tránsito en algunas de las principales calles y avenidas del país con barricadas, así como a otras acciones que impulsan a la gente a las calles, en concentraciones y marchas. Otros sectores apoyan las protestas haciendo sonar cacerolas, cornetas, pitos y cuanto instrumento encuentren para ello. Se ha militarizado la zona que inició las manifestaciones, el estado Táchira, y paulatinamente se trata de doblegar el ímpetu de quienes se han rebelado en todo el país.

Uno de los líderes de la oposición venezolana, Leopoldo López, junto a la diputada María Corina Machado, en una actitud más arriesgada que quien fuera contrincante electoral de Nicolás Maduro, Henrique Capriles, han protagonizado el llamado a permanecer en la calle como forma de lucha, han arriesgado no solo su integridad física, sino su libertad e inmunidad parlamentaria, en el caso de esta última dirigente antagonista.

Nicolás Maduro, como parte de su estrategia, inmediatamente procedió a culpabilizar a López, responsabilizándolo de los destrozos sufridos por algunos entes públicos, el ambiente de caos e inclusive las víctimas que hasta ahora ha dejado el áspero clima. Ello, pese a que se ha denunciado la actuación de infiltrados y de grupos armados llamados «colectivos», pro-Gobierno, le ha costado la prisión en un centro de reclusión militar bajo el pretexto de proteger su vida. Allí se ha desarrollado la primera audiencia, en la cual, según ha informado su defensa, la fiscalía ha eliminado los cargos de terrorismo y homicidio, rebajando  de momento la pena que debería cumplir, luego del juicio, a diez años de sentencia.

No es más que otra estratagema del Gobierno, que trata a toda costa de mantenerse incólume, garantizar su continuidad y conservar cohesionado el pueblo que le queda, luego de tanto fracaso en su desempeño. En menos de un año, Nicolás Maduro ha propinado a Venezuela tres devaluaciones, que han mermado el poder adquisitivo de lo más elemental para la subsistencia del ciudadano.

Es un panorama que parece vaticinar la desmembración del oficialismo más temprano que tarde. Muchos de sus otrora partidarios no quieren al «heredero» de Chávez. Llegan a establecer comparaciones entre ambos, exaltando al primero y criticando la incompetencia del segundo, quien llegó al poder bajo la sombra del difunto y trata de sobrevivir allí a toda costa, invocando su nombre, pero que desgraciadamente para el país, ha ocasionando más ruina a una gran nación con enormes recursos petroleros muy mal administrados y despilfarrados a manos llenas.
Lamentablemente, es más fuerte quien más tiene y es el Gobierno quien dispone de las mayores riquezas, manejando los poderes a su antojo.  Ello ha sostenido en Miraflores a los dos últimos gobernantes de los recientes quince años.

El llamado a las calles continúa, subrayando eso sí, que sea de manera pacífica. Es muy pronto para hacer un pronóstico sobre el efecto final de los eventos desarrollados actualmente en Venezuela; esperamos repercutan inexorablemente en el beneficio de esta noble tierra y de su gente. ||

 
 
 
 
 
 
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