Esto no es un partido de fútbol
Romina Lettieri
 
 

Saquémonos la irracionalidad de encima por un momento y miremos las elecciones seriamente.

En general no escribo ni en primera persona ni a través de impresiones, pero esta vez quizás rompa un poquito la regla. Quiero comentarles cuál es el parecer que los uruguayos expresan a través de las redes sociales o en la feria: esta campaña electoral 2014 está siendo aburrida y agresiva. Cuando hablo de campaña electoral me refiero también a todos los agentes que actúan en ella: desde los periodistas, hasta los militantes, pasando por candidatos también. Lo único que ha sido bastante sorprendente y divertido de ver es la movilidad que han tenido las cifras de las encuestas, que oscilan de un lado al otro todo el tiempo, y que nos dejarán con un halo de suspenso hasta el último minuto.
Los periodistas han sido bastante repetitivos. Ninguno se ha animado a hacer preguntas fuera del esquema común («¿qué opina de la baja?»; «¿cuáles son las políticas que implementará para bajar el índice de pobreza?»). Preguntas muy comunes que terminan siendo redundantes y que ni le aportan información a aquel que aún se encuentra indeciso, ni le cambian el parecer a aquel que dice votará en blanco o anulado. Por otro lado, han habido algunos que con el afán de defender una postura u otra, dejaron su perfil de comunicador para dar lugar a aquel animal que llevan dentro, atacando cual fiera salvaje, desesperada por encontrar comida en el desierto.

Los militantes se han movido poco. No hubo actividades deslumbrantes ni masividad de parte de ningún partido en especial, a no ser por la marcha por el no a la baja o la caravana convocada por el Partido Nacional. No hemos visto mucho sentimiento, algo típico de las décadas pasadas.

Los candidatos, en cambio, más que aburridos han sido agresivos. Y en esto quiero detenerme.

La agresividad en esta campaña electoral ha superado los límites jamás vistos. Las razones pueden ser múltiples, pero insisto en atribuírselas al siguiente motivo, el mal de todos los males: la banalización de la cultura. Este problema viene desde hace mucho tiempo atrás. Los primeros en hablar de ello fueron Adorno y Horkheimer con sus teorías sobre la Industria Cultural (pero eso ya es otra historia; como diría cualquier chistoso, se los contaré mejor en los próximos capítulos). Hoy y en este caso particular, por cultura me refiero a todo aquel aspecto de la vida (conjunto de tradiciones, ideas y conocimientos que caracterizan a un pueblo) y que se ha llevado a su deterioro más grande. Por lo visto, la situación viene cada vez más en bajada.

En Uruguay siempre ha habido algo para mejorar, sin dudas. Por eso, el ascenso de la izquierda al Gobierno parecía una salida y una esperanza, un nuevo inicio que marcaría el fin de un supuesto estancamiento que se estaba viviendo y una manera de renacer, mejorando la calidad de vida de los uruguayos. Casi un 52 % de los mismos creyeron que así sería. Hoy, más allá de la manera de ver que cada uno tenga de la situación actual (algunos dicen que estamos mejor y otros lo contrario), en materia de educación y valores debemos constatar que es absolutamente innegable afirmar que estamos en decadencia. ¿Cuál sería, si no, el motivo por el cual militantes se pegan entre sí, no se respetan las ideas, nuestros legisladores se insultan y nuestro presidente a veces tiene salidas desubicadas? Hoy, si estuviéramos mejor en este campo, todo esto no debería pasar. ¿Dónde quedó el florecer del respeto y la educación? Lamentablemente, la realidad lo demuestra, jamás floreció.

Y es aquí que la cultura juega un papel importante: si la educación falla, los valores que nos inculcan los medios de comunicación masiva deberían aportarnos algo de positivo. El problema es que esto no pasará hasta que la televisión deje de tener a Tinelli como el eje de la vida de los rioplatenses, los programas matutinos dediquen solamente pocos minutos a temas de información o cultura general y se centren especialmente en lo divertido; hasta que internet ya no sea solo Facebook, una herramienta peligrosa si no se la sabe usar; hasta que la producción cinematográfica uruguaya carezca de recursos para promover material diversificado y que refuerce los valores que hoy nos hacen falta (respeto al prójimo, a la familia, a las creencias y tradiciones que cada uno pueda tener, al comportamiento consciente dentro de una sociedad, etcétera). Mientras el Estado no se preocupe de generar recursos capaces de restaurar la cultura, esto será imposible, pero no hay un interés grande de que eso pase. Más deteriorada está la sociedad, mejor para los que ejercen el poder es. Seguiremos tirándonos con piedras y odiándonos los unos a los otros al estilo dictadura.

Se viene una nueva oportunidad de elegir quién nos va a gobernar por los próximos cinco años. Dejemos de lado las ofensas personales, los viejos cucos, las piñas y patadas de un bando al otro: esto no es un partido de fútbol. La política, desde tiempos añejos, ha llevado consigo una gran carga de emociones y por eso es entendible que cada uno sostenga su bandera lo más fuerte que puede y no la quiera soltar. Es entendible que duela admitir errores (ya sea del partido que sea) por miedo a darle de ganar al adversario… Pero miremos más allá: está en juego un entero país. Hagamos un mea culpa por un segundo y reflexionemos: no hay que tener vergüenza, dentro del cuarto secreto nadie se va a enterar de lo que votemos. Quédate con quien te dé la confianza de ser un leader que posea la mentalidad y los valores necesarios para poder regenerar lo perdido; quédate con aquel que más que político, te suene a ser humano, a un uruguayo más; quédate con quien, cuando se equivoque, lo admita: ya es hora de que entre los uruguayos seamos honestos; quédate con quien no le pegue a otro compatriota por pensar diferente. Muchos éxitos en tu elección. No olvides que tu decisión será la de todo nuestro querido Uruguay.

 
 
 
 
 
 
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