Alexitimia, el dolor de no sentir |
Juan Pablo Brand |
Publicado originalmente en http://infancias-jpb.blogspot.com |
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La dificultad de algunas personas para experimentar, identificar y expresar sentimientos. |
No proyecte Soy abúlico,
Un nuevo filósofo ha salido a escena, Byung-Chul Han, un nuevo libro ha salido de su pluma, En el enjambre, su tema, la vida en los medios digitales. No me detendré en esta ocasión en esto, tan solo retomaré una frase de su maravilloso texto: «El sí mismo como bello proyecto se muestra como proyectil, que se dirige contra sí mismo». El Yo como la gran obra, la permanente huida a las imágenes, como la denomina el propio Han; decorar, decorar y decorar al sí mismo, exhibirlo a la mirada, sin reciprocidad, hacer nuestra imagen mayúscula hasta asfixiarnos en ella. Vivir sin a-fecto, desde su acepción más antigua: no «estar en dirección hacia las personas», por sentirse per-fecto: «hecho del todo, acabado». Sensaciones vacías, sin energía y sentido, por tanto vaporosas e innombrables, alexitimia: a (privativa) - lexis (palabra o acción de hablar) - thymos (emoción). Pérdida de la conciencia intraceptiva, la conciencia de las señales del cuerpo, quedarse sin palabras para denominar el movimiento visceral y muscular impulsado por las emociones, no distinguir la constipación del miedo, la hipertensión de la alegría o el ahogo de la tristeza. Dialoguemos con Francisco Alonso Fernández, catedrático emérito de Psiquiatría y Psicología Médica de la Universidad Complutense de Madrid, quien en su artículo La alexitimia y su trascendencia clínica y social publicado en la revista [mexicana] Salud Mental, nos expone de manera muy clara los signos y síntomas de esta categoría psicopatológica. La lista es algo extensa, pero les aseguro que al paso de cada punto sentirán una ampliación de su percepción: * Incapacidad de identificar, reconocer, nombrar o describir las emociones o los sentimientos propios, con especial dificultad para hallar palabras para describirlos. Es la vida como Hikikomori, estos jóvenes japoneses que se encierran en sus habitaciones por meses o años y solamente contactan al mundo a través de los medios digitales. Pero al igual que estos jóvenes japonenses, los alexitímicos resguardan un gran dolor, particularmente el de la exclusión, desde su más temprana infancia sus figuras de apego les mantuvieron al margen de toda vinculación espontánea. Fueron «cuidados» por adultos emocionalmente inaccesibles o reactivos con deficiente capacidad para responder a sus señales, con una actitud constante de rechazo o violencia física. No entraré en discusiones cartesianas, no escindiré al cuerpo de la psique, puesto que esta división es producto exclusivo de nuestras categorías teóricas. Soma y psique son elementos de una sola unidad, que como los bosones y fermiones de la materia, son dos categorías de partículas mutuamente dependientes, vibrando al mismo tiempo. La alexitimia sería entonces como una especie de entropía, en la cual las partículas se comportan de manera caótica con la amenaza de romper la cohesión, por lo mismo su terapéutica implica sintonizar el ritmo de las partículas, reducir las defensas de Yo que registra a soma como amenaza por la discontinuidad de respuesta que sus expresiones provocaron en sus cuidadores tempranos. Si la señal corpórea de miedo que se expresaba a través del llanto fue recibida con gritos de «¡Cállate!» o con maltrato físico, dicha sensación fue registrada por el Yo como causa de daño, por lo tanto se generó miedo a sentir miedo. Las emociones son nuestro recurso más valioso como especie, ellas son las señales que nos llevan al afecto, en dirección a los otros o a su evitación en caso de peligro. La alexitimia deja a las personas totalmente vulnerables, a merced de una realidad inmediata a la cual no saben reaccionar. Las emociones son el producto de un largo camino evolutivo, nos permiten reconocer cuando hay que huir ante un posible daño, acercarnos a los otros para vibrar con ellos o reproducirnos, buscar ayuda si estamos malheridos, defender nuestra vida y la de la nuestra prole, evitar intoxicarnos, reconocer estímulos nuevos y evaluarlos, en fin, son la clave de nuestra vida y supervivencia, por tanto, quien no las reconoce o las experimenta como amenazantes se convierte, como lo dice Byung-Chul Han, en su propio proyectil. |
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