La globalización como concepto: ¿lo opuesto a desarrollo local?
Williams Read
 

Para Arocena habría tres maneras de situarse frente a la relación global-local:
· afirmando el carácter determinante de lo global sobre lo local;
· postulando lo «local» como alternativa a los males de la globalización;
· destacando la articulación local-global, al interior de una comprensión compleja de la sociedad contemporánea.

Las dos primeras posiciones tienen la virtud de la coherencia y de la claridad. En el primer caso, si lo global es determinante, si las nuevas formas del modelo de acumulación capitalista producen desterritorialización, no hay que buscar en lo «local» ningún tipo de respuestas, a ese nivel no habrá más que reproducción de las macrotendencias. En el segundo caso, frente a un análisis de la globalización que muestra exclusión, marginación, fragmentación, la apuesta a lo «local» tiene un contenido opuesto a esos males, generando conductas reactivas y conflictuales (1) que buscan afirmar los perfiles de una sociedad más justa y democrática. Si la comparamos con la coherencia de estas posiciones, la tercera tendencia aparece como contradictoria, de difícil comprensión, jugando a articular categorías que aparentemente son incompatibles. El tratamiento de la temática del desarrollo local debe necesariamente referirse a la relación con los procesos de globalización, buscando formas de articulación local-global. Esta es la única manera de aproximarse a la complejidad del problema.

Bervejillio desarrolla la idea de la globalización como oportunidad: «Solamente los territorios que han alcanzado ciertos niveles previos de desarrollo y que, además, cuenten con cierta masa crítica de capacidades estratégicas, pueden acceder a utilizar las nuevas oportunidades para su beneficio. En otras palabras, la globalización sería una oportunidad especialmente para territorios en niveles medios de desarrollo y dotados de capacidades estratégicas relevantes». «Los actores locales son simultáneamente motor y expresión del desarrollo local»; pero como sucede con la categoría «modelo de acumulación», existe también un riesgo de reduccionismo, si le adjudicamos al actor local un potencial de acción más allá de los límites y restricciones del sistema. En realidad se trata de una interacción permanente entre actor y sistema. En este juego, el actor desarrolla sus márgenes de acción, ganando o perdiendo oportunidades, logrando disminuir las limitaciones que le vienen del sistema o por el contrario, quedando más o menos paralizado por ellas.
Para explicar los procesos de globalización, existen una gran variedad de aproximaciones y énfasis distintos: integración funcional de actividades económicas internacionalmente dispersas (Gereffi, 1995); concentración del tiempo y del espacio (Harvey, 1995); articulación en tiempo real de actividades sociales localizadas en espacios geográficos diferentes (Castells, 1998); articulación directa de lo global y lo local a práctica de lo glocal (Featherstone, 1990); rebasamiento del Estado nacional por las nuevas relaciones trasnacionales o mundiales (Petrella, 1992; Beck, 1998; Dabat, 2000); mosaico global emergente de sistemas regionales de producción y cambio, sistematicidad de las nuevas interacciones (Axford, 1995) o nueva geoeconomía (Dicken, 1998). No obstante, como bien señala Dabat en su trabajo (2002), tales diferencias no implican tantos puntos de vista excluyentes sobre la naturaleza del fenómeno, sino, más bien, énfasis y jerarquizaciones distintas de aspectos diferentes de un mismo proceso complejo.

Se ubica a la globalización como una nueva configuración espacial-territorial (Dabat, 2002; Vázquez Barquero, 2001), haciendo énfasis no solo en la primera variable espacial sino más específicamente en la territorial. El espacio es entendido como soporte geográfico en donde se desenvuelven las actividades socioeconómicas, lo cual lleva implícita la idea de homogeneidad, como procesos que unificaron el mercado mundial, la liberación comercial, el papel de las comunicaciones, las reducciones de los costos de transporte. La variable territorial, en cambio, incluye la heterogeneidad y complejidad del mundo real expresada en el territorio como actor del desarrollo.

Así, cada territorio necesitará articularse con la globalización en función de su propia historia, de sus posibilidades específicas (perfil productivo, características medioambientales, problemática socio-laboral y cultural) y de su capacidad de adaptarse a las exigencias de eficiencia productiva y competitividad no solo de las actividades industriales, sino del conjunto de la economía, ya se trate del ámbito rural o urbano, ya sea en los sectores agrario, minero o de servicios (Vázquez Barquero, 2005).

Existe una serie de dimensiones que permiten individualizar de qué manera se manifiesta la globalización en lo local. Al respecto, podemos sintetizar algunas de sus peculiaridades más sobresalientes:

a) El paradigma del desarrollo endógeno. Los procesos corporativos de integración vertical que signaron el siglo XX se caracterizaron por estructuras de representación corporativas centradas en el Estado nación con predominancia de sujetos tales como burocracias estatales, organizaciones empresariales, elites modernizantes, vanguardias iluminadas, actores privados corporativos, entre otros. Esto tuvo su correlato en las disciplinas sociales que analizaban los procesos económicos, políticos, sociales desligados del territorio. Los municipios no intervenían en las estrategias centralizadas del desarrollo; durante décadas, «desarrollo y territorio» tuvieron un punto de encuentro exclusivamente en lo «nacional» (Madoery, 2001).

El desarrollo es endógeno debido a su estrecha asociación con la cultura local y con los valores que ella incluye, entre ellos la capacidad para transformar el sistema socio-económico; la habilidad para reaccionar a los desafíos externos; la promoción del aprendizaje social; y la habilidad para introducir formas específicas de regulación social a nivel local que favorecen el desarrollo de las características anteriores. Desarrollo endógeno es, en otras palabras, la habilidad para innovar a nivel local (Garofoli, 1995).

b) Articulación entre lo global, lo nacional, lo regional y lo local. Otra de las peculiaridades evidenciadas en la relación global-local es que los modelos de desarrollo local no tienen que ver con un localismo autorreferencial ni con vuelta al papel de las economías autárquicas del medioevo, sino que más bien se trata de la capacidad de articular y gestionar las políticas globales con las nacionales y subnacionales.
El protagonismo de los actores locales se lleva a cabo teniendo en cuenta los niveles nacionales, macrorregionales o globales, atrayendo de manera inteligente recursos externos, ya sea de tipo político (inversiones públicas calificadas o recursos para atraer a empresas privadas), como económico o cultural (vinculados a decisiones de inversiones o de localización de actores privados).

No se trata, por tanto, de resistir la globalización, sino de rechazar los elementos de los procesos globales que son nocivos en el ámbito local y al mismo tiempo usar de manera inteligente las mayores y mejores oportunidades potenciales que los diversos niveles territoriales ofrecen del lado de los procesos productivos más flexibles y con salidas diferentes hacia mercados locales, nacionales y globales.

c) Valorización de los recursos locales. Otro elemento distintivo en el marco de la globalización del desarrollo local es su capacidad para atraer recursos externos que tengan impacto en el territorio. Esta dinámica consiste en la capacidad de los territorios de atraer recursos externos para valorizar los internos: inversiones, empresas, recursos científicos y culturales, no solo como ocasión para el crecimiento de la producción, del rédito y de la ocupación, sino como instrumento que enriquece las competencias y las especializaciones locales.

Es fácil y recurrente confundir desarrollo local con crecimiento o dinamismo local y hasta muchas veces difícil de diferenciar, ya que en una fase inicial los fenómenos pueden convivir.

La competencia cada vez más grande entre territorios y no entre empresas (Albuquerque, 2003) implica que, si un territorio no brinda la combinación justa para los flujos de capital, las empresas emigran a otros lugares en donde les permitan generar más réditos. Muchas localizaciones son de gran inestabilidad y están continuamente sometidas a la competitividad de otros lugares y oportunidades (Coraggio, 1999). En este sentido, no cualquier territorio puede servir a este objetivo, ya que el desarrollo local puede ser concebido solo en los contextos donde las capacidades de cooperación y de concertación estratégica de los actores locales sirvan a la construcción de proyectos comunes.
Durante el siglo XX, fordismo y keynesianismo conquistaron la escena mundial. Centralización de la producción a escala, burocratización y politización del Estado dominaron el campo. La economía en este contexto tendía a separarse de la sociedad. Las grandes empresas verticalmente integradas realizaban economías de escala y el papel del territorio en los procesos de desarrollo era solo pasivo y acomodado a las circunstancias. El desarrollo estaba relacionado con el crecimiento económico.
La exigencia de la descentralización conlleva la necesidad de dotarse de indicadores socioeconómicos desagregados territorialmente, así como incorporar otro tipo de información sobre las diferentes capacidades o potencialidades del desarrollo de cada territorio, tanto en lo relativo a los rasgos medioambientales, como sociales y culturales, a fin de trascender los enfoques conceptuales simplificadores del crecimiento económico, tal y como éste es visualizado desde la perspectiva economicista tradicional (Vázquez Barquero, 2005).


(1) F. Debusyt, «Espaces el identités: propositions interpretatives». Ponencia en el Seminario
Amérique Latine: espaces de pouvoir et identités collectives. Bélgica, Lovaina. 1996.
 
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