Acción y reacción
Liber Trindade
 
 
Rastros de un país «muy, muy lejano» donde se inculcaba el respeto y el esfuerzo.
 

 

El retroceso cultural en nuestro país no tiene límites y con esta afirmación aparecerán los que dirán que pasa lo mismo en todos lados, lo cierto es que debemos levantar la mira, debemos ser un poco autocríticos, y comprender que ante toda acción existe una reacción, que ante todo avance de lo incorrecto siempre termina pagando la gente de bien, que tiene que ir cediendo, haciendo sacrificios para hacer frente a nuevos costos que se incluyen en los productos que básicamente necesitan para alimentarse.

Hoy voy a tratar de describir la foto que acompaña la nota, carros de supermercado y una moneda de diez pesos uruguayos, pero primero veamos cómo llegamos a esto. Les pido hagan un ejercicio mental, no dejen que el simplismo de atribuirle todas las culpas de nuestros males a la crisis del 2002 los distraiga.

En Shrek 2 existe un reino ficticio llamado Muy Muy Lejano, a esta altura con mis 43 años sé que supe vivir un país «muy, muy lejano», del que no quedan prácticamente rastros y en los últimos años sus efectos se han multiplicado.

En nuestro «muy, muy lejano» existía la educación, la que inculcaba por encima de todo el respeto, la búsqueda de la superación a través del esfuerzo personal, trazar caminos para alcanzar aquello que queríamos y saber que querer algo no es lo mismo que poder tener algo, porque existen tiempos. Estos tiempos son distintos para todos, pero con la excusa de que a algunos les cae todo de arriba porque nacieron en cuna de oro, ganó el discurso populista de lo-quiero-lo-tengo-ya y se ha convertido en moneda corriente.

Cuando minimizamos el valor del tiempo y el esfuerzo, nos convertimos en un país de autoservicio, donde tomo lo que quiero y me lo llevo, te lo quito porque lo necesito, te lo robo porque el castigo no existe y la gente de bien trabaja y trabaja cada día más para hacer frente a todo esto.

Nací en un muy, muy lejano Uruguay donde era más barato vivir, donde las preocupaciones eran menores, trabajábamos para vivir, para dar el sustento a nuestro hogar, pero no necesitábamos hacerlo tiempo extra para pagar enrejar todas nuestras casas con varilla de 16 mm y planchuelas de 1 pulgada y 1/4 cada 45 cm, que nos permitan a su vez pagar una cobertura de seguros, no pagábamos servicio de seguridad con respuesta, cercos eléctricos, cámaras de seguridad y barreras, botones de pánico, no comprábamos algo a crédito y pagábamos seguros de vida por los saldos que debíamos.

Esto pasa en nuestras casas, pero cuando vamos a cualquier negocio pasa lo mismo y cuanto más grande más lo notamos, cuando intentamos ingresar lo primero que debemos sortear no es la puerta de ingreso, sino los guardias de seguridad que tienen, antes debimos pasar todo su enrejado perimetral, adentro nos observan ojos sigilosos desde todos lados, cámaras de seguridad, oímos la conversación con los handies del personal de vigilancia, cada producto que tomamos tiene una alarma, parecemos estar en un Gran Hermano donde todos nos observan. Al salir tal vez nos crucemos con el camión de recaudación de valores, que viene escoltado por otro auto con varios custodios, todos armados como para la guerra, todos bajan, exhiben sus armas de alto calibre, pasamos entre todo ese fierrerío y al salir del supermecado, en las cuadras paralelas, aún vemos motos de empresas de seguridad cuidando la zona.

Ahora, ¿quién cree que paga todo este despliegue de cientos de personas en la seguridad? Repito la pregunta, ¿quién cree que paga todo este despliegue de cientos de personas en la seguridad? Entiendo que le hicieron creer que vamos bien, que estamos mejor, pero es un espejismo, simplemente pagamos todo con tiempo extra, con recortes en especial a quienes queremos y debemos proteger, a nuestros hijos, de forma que el ciclo vicioso vuelve a retroalimentarse y todo se excusa.

Claro que hay cientos de miles que no pueden pagar toda esta seguridad para sus casas, es cierto, son todas esas familias presas de su hogar, que no pueden dejar la casa sola, que no saben lo que es ir a un cine, a un cumpleaños, porque no pueden dejar su casa sola, porque saben que a su regreso ya nada quedará.

Tal vez nada de esto llama la atención hasta que salimos del país y vemos cómo hay cosas que aún pasan allí, veía en Lima cómo los camiones de traslado de caudales bajaban la plata en los bancos con simples carritos, como si se tratase de cajones de bebidas, pero con billetes empaquetados en nylon transparente. Allí no había guardias armados hasta los dientes. Veía cómo en Miami, en los centros comerciales, podía tomar un celular con sus accesorios sueltos y sin alarmas, entrar con carteras o bolsas no era ninguna dificultad, ciudades cosmopolitas donde miles y miles de musulmanes entraban con sus turbantes, donde con suerte a las mujeres apenas se les veían los ojos, cuando no tapados por lentes oscuros, pero es normal, a nadie le complicaban su estadía y aquí al sur de América, un pobre viejo no puede entrar con su gorra puesta al Nuevo Centro Shopping, o como una amiga de Lima que vino de paseo y un día de mucho frío no la querían dejar ingresar porque portaba un gorrito blanco de lana, porque nadie puede ingresar con la cabeza tapada.

Los últimos años hemos sido testigos por calles y avenidas cómo se desplazan hurgadores que trasladan lo que van recogiendo en carritos de supermercados. Recuerdo hace unos meses, cuando iba saliendo del Disco de Av. Italia, cómo un hurgador que iba con una bolsa de envases ingresó al predio del supermercado, tomó un carro y se lo llevaba. Ante la voz de alto del guardia de seguridad largó el carro sin antes soltar todo un repertorio de improperios. A nadie pareció llamarle la atención esta conducta de hurgadores con carro propio, que son pérdidas para los centros de venta y costos que hay que transferir a los productos.

Pero como toda acción tiene una reacción —y generalmente ante la inoperancia del sistema, de la justicia, del poder político—, ahora llegaron a los supermercados los carritos con traba de seguridad.

Esto es como respuesta a dos situa-ciones, el pichaje intelectual, el que tiene mucha plata y poco le importa lo del otro, sumado al pichaje que ha sucumbido en la pobreza, impulsado por un discurso simplista de austeridad. Unos salen de los centros comerciales con sus carros y los dejan en cualquier lado, los otros toman y se llevan lo que no es de ellos.

A partir de ahora, amigos, comenzando por Tienda Inglesa central en Av. Italia y Bolivia, les recomiendo tener a mano monedas de diez pesos uruguayos, para poder introducirlas en la ranura de un carro y destrancarlo para poder hacer sus compras. Creo que ahora ante esta acción debemos esperar una nueva reacción y aparecerán los oportunistas caminando entre las góndolas para poder llevarse algún carro y poder hacerse de la moneda que queda atrapada en el carro, ya que cuando lo devolvemos a la pila de carros y los enganchamos con los demás podemos recuperar la moneda.

«Todo por $ 10», tal vez debamos llamarle a esta nueva era en la que entramos en el Uruguay, un país que cada día da menos servicios y complica en especial a la gente de bien.

 
 
 
 
 
 
 

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