Venezuela: otro hubiera sido el destino
Leyla Martin
 

Venezuela ha tenido tradicionalmente una economía monoproductora, con base en la extracción, refinación y explotación del petróleo y del gas natural. Ha dejado de ser un país productor de alimentos para ser dependiente de las importaciones.

Sin pretender, ni remotamente, profundizar en un tópico tan complejo y extenso como el petrolero, sobre el cual además no tengo competencias, no puedo omitir la reflexión recurrente acerca de la famosa y lamentablemente, hoy más que nunca, menospreciada frase: «Sembrar el Petróleo» del ya físicamente desaparecido brillante pensador, escritor, jurista, periodista y político, parido por esta tierra y considerado como uno de los intelectuales más notables del siglo XX en el país, don Arturo Uslar Pietri.

La citada máxima fue el título de un artículo publicado en el diario caraqueño «Ahora», el 14 de julio de 1936, en el cual planteaba la necesidad de cambiar la orientación de los recursos provenientes de la renta del oro negro para impulsar el sector no petrolero de la economía nacional, con miras al desarrollo integral del país a futuro.

Por cierto, cabe señalar que Uslar Pietri fue bastante próximo al expresidente y difunto Hugo Chávez, antes de que asumiese el poder, sin embargo, paulatinamente manifestó críticas advirtiendo en torno al camino que iba emprendiendo Venezuela, al punto de convertirse en enérgico adversario a su Gobierno.

La economía venezolana ha sido tradicionalmente monoproductora, con base en la extracción, refinación y explotación del petróleo y del gas natural, como los pilares que la sostienen, cuya nacionalización se materializó en 1976 y habrían ubicado al país para el 2011 en el tercer lugar como mayor productor entre los doce integrantes de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y poseedor de las mayores reservas de crudo del planeta (20 %), según fuentes oficiales.

Aun con el conocimiento de la existencia del hidrocarburo en el territorio desde hace siglos, este alcanzó su gran jerarquía a partir del XX; los pozos más importantes no fueron perforados hasta la década de 1910. En 1914 fue descubierto el primero de gran magnitud, lo cual derivó en la llegada de muchas empresas foráneas para conseguir parte de nuestras riquezas a través del producto. Al cabo de veinte años de su explotación y exportación por cuenta de las compañías extranjeras, Venezuela se había convertido en el mayor exportador del mundo.

En la Venezuela petrolera, la actividad agrícola no ha podido encarnar un papel protagónico, a pesar de los esfuerzos realizados por productores, dada la carencia de políticas del Estado para estimularla y desarrollarla, agravadas en los últimos quince años con las medidas de expropiación y aniquilación de fincas, haciendas y muchas compañías fructíferas y la quiebra de las fábricas e industria de materias primas derivadas del segmento, algunas de las cuales han pasado a la ineficiente administración estatal.

La incompetencia de personal no calificado que ha sido encargado de las pocas empresas que todavía mantiene el Gobierno ha generado su parcial o total paralización y las privadas que se conservan en pie tienen la mayor voluntad sin resultados óptimos.

El país llegó a ser productor y hasta exportador de rubros como el café, que obtuvo el primer lugar de exportación a inicios del siglo XIX y principios del XX; el cacao, que constituyó la base de la economía durante el período colonial, cuya calidad era ya para entonces admirada internacionalmente; el arroz, la caña de azúcar, ajonjolí, sorgo, plátanos, tomate, granos y papa, entre otros.

En cuanto a la ganadería, para el 2008, según estudios de la Escuela de Geografía de la Universidad Central de Venezuela, se contaba con una elevada población vacuna concentrada principalmente en los Llanos Occidentales y en el Estado Zulia, que junto a sus derivados, produjeron para 1999* más del 40 % de los recursos procedentes del sector agrícola en su totalidad y sumados a los provenientes del pesquero, provocaron que el subsector animal aportara más del 55 % de los generados por la actividad agrícola.

Para desgracia de sus ciudadanos, Venezuela ha dejado de ser productor y mucho menos exportador de alimentos, muy contrariamente, es ahora un país dependiente de las importaciones.

Este escenario ha tenido como resultado la escasez de mayor dimensión que pueda registrarse en su historia y el desabastecimiento más dramático que puedan recordar sus pobladores y que a diario deben confrontar, conjuntamente con una inflación galopante que ha alcanzado antes de finalizar el año 2013 el 50 %.
Los venezolanos se han convertido en una suerte de «cazadores» de los productos que desaparecieron de los mercados.

Víveres tan básicos como la leche, el aceite vegetal, el azúcar, las harinas de maíz y de trigo, el café, diversos cortes de carnes rojas y pollo, citando solo algunos, que componen la dieta diaria, han ascendido a la condición de «inexistentes».

Igualmente, es casi imposible conseguir artículos de higiene personal como el papel «toilette», servilletas, jabón de baño, diversas marcas de desodorante, «shampoo», así como lavaplatos y muchos más para la limpieza del hogar.

La subordinación a las importaciones para proveer lo necesario, aunado a las dificultades y decisiones en el ámbito cambiario de la moneda, ha encarecido los pocos suministros de modo asfixiante para el consumidor, con el perjuicio adicional de un dólar paralelo o negociado en el mercado negro que sobrepasa exageradamente la tasa oficial.

Estas carencias generan en la ciudadanía inestabilidad, angus-tia, pérdida de tiempo y de salud, desempleo y, opues-tamente, benefician en enorme medida la economía y mano de obra en los países que surten mercancía.

¿Un absurdo? Evidentemente. Es el desatinado resultado de la implantación de estrategias sobre la base del ensayo y del error que por la falta de preparación e incapacidad de quienes están al frente de las respectivas áreas en el actual Gobierno, lo único que ha traído al país es el caos.

Son quince años de lucha estéril alrededor de una medición del poder y obstinada ambición de instaurar un modo de vida que día a día va sumiendo a la nación en el atraso. Una regresión, en vez del progreso que el pueblo merece y que coloca a Venezuela en los más penosos niveles del subdesarrollo, mientras las protestas que acontecen de obreros, trabajadores y profesionales que expresan a diario su descontento y reclaman a través de distintas representaciones la insuficiencia del salario, el cúmulo de deudas y compromisos no honrados por el Gobierno y por sus empresas, se sienten por los cuatro costados.

El disgusto crece, además de por el desabastecimiento y la inflación, las quejas son múltiples por dificultades tan disímiles y primordiales como las interrupciones del servicio eléctrico, del agua potable, la falta de atención en la salud, la inseguridad por el desbordamiento del hampa, el déficit de viviendas, etc.

Qué lamentable panorama. Qué preocupante destino el de un pobre país rico, que hubiera sido ejemplo de crecimiento si otros gobernantes lo rigieran y se hubiese interpretado a carta cabal el enunciado del insigne Arturo Uslar Pietri… ||
 
(*) Hugo Chávez asumió el poder en 1999, habiendo ganado los comicios electorales de 1998 a los que se postuló después de su frustrado golpe de estado en 1992 contra el presidente constitucional Carlos Andrés Pérez (Partido Acción Democrática). Ese fallido golpe le costó dos años de cárcel y en 1994, quien para entonces era presidente del país, Rafael Caldera, lo indultó como parte de un acuerdo político con sectores de la izquierda, tras lo que fundó el Partido «Movimiento Quinta República» (MVR) (N. de la A.).

 
 
 
 
 
 
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