Cuando la justicia no llega |
Jimena D'Agata |
Abuso infantil: la historia de una madre y la lucha por el bienestar de su hijo. |
Karen se presenta como una mamá de dos niños: Sebastián de cinco años y Julieta de un añito. Al describir a su hijo mayor, nos dice muy orgullosa que «es educado, mimoso, muy compañero y sobre todo, excelente hijo». Sebastián va al jardín de infantes desde los cuatro años, época en la que iba todos los días a la casa de una vecina, a jugar con su hijo de dieciséis. Allí estaba la mayor parte del tiempo acompañado por la madre o el padre del adolescente, mientras jugaban al PlayStation. Nadie imaginaba que ese 4 de julio del 2012 la vida de Sebastián y su familia iba a cambiar radicalmente. A la salida del jardín, fue a jugar como de costumbre a la casa de su vecina. Pero al regresar a su hogar, sus padres lo notaron cabizbajo, molesto, cansado y sin hambre. Se acostó a dormir y al otro día no quiso ir a la escuela. Tampoco quería que la madre lo ayudara a limpiarse en el baño. Karen inmediatamente reservó hora para el pediatra del niño. Esa misma tarde, madre e hijo se dispusieron a mirar dibujitos en la tele. Karen recuerda perfectamente ese momento: «Esa tarde mirando la tele, Sebastián me preguntó algo sin precedentes: “Mamá, ¿por qué del pito de Julio sale leche y del mío solo agua, es porque soy chiquito?”. Quedé muy nerviosa y comenzamos a hablar de un tema ilógico para su pequeña edad, me contó a lo que fue sometido sin su consentimiento, lo que le obligó a hacer». Sin querer entrar en mayores detalles, Karen comenta que este joven abusó de un perro delante de su hijo, luego de él y finalmente lo amenazó para que no contara lo ocurrido. «Ese fue el momento que no supe si salir corriendo y asesinar a alguien o contenerlo hasta más no poder, mi hija se largó a llorar y llovía muy fuerte». |
Sé que mi hijo, cuando sea grande y le tenga que contar, va a estar orgulloso de que hoy lucho por sus derechos. |
Inmediatamente, Karen se puso en contacto con la madre del joven, que no solo le restó importancia a lo sucedido, sino que además le pidió que no le comentara a su esposo —papá de Sebastián— lo que había pasado. «Ahí me di cuenta que su propia madre lo avalaba aunque mi hijo le contó todo por teléfono». Ambos padres de Sebastián fueron con él a la comisaría a hacer la denuncia y el propio niño, de solo cuatro años, le relató lo sucedido a la Policía. «Él comienza el relato con mucho miedo, hasta que la policía me dice “mamá, contalo vos porque no puedo escucharlo a él, ni someterlo a esto”». Esa misma noche, viajaron de San José —donde viven— a Montevideo, para que Sebastián quedara internado durante tres días, en el Hospital Pereira Rossell, acompañado por su padre y una asistente social. El diagnóstico en el momento del alta fue «abuso sexual y presunta violación». A partir de ese momento, Sebastián empezó tratamiento psiquiátrico, tuvo períodos donde dormía en la cama de su madre debido a pesadillas, imágenes que le venían a su mente y el miedo a que venga su vecino a tirarle del brazo mientras duerme. Tuvo cambios en su escuela y dormía todo el día. Además de someterse a análisis clínicos, debieron hacerle pericias psicológicas. En cuanto a su padre, Rodrigo, perdió su trabajo, único sustento de la familia. Karen empezó a ir de audiencia en audiencia y con distintos abogados, sin importar si había sol o lluvia. Pero no lo hacía sola, lo hacía con Sebastián y su nena Julieta que por ese entonces tenía menos de un año y a quien todavía amamantaba. En una nota que Karen escribió en una red social —Facebook— se pregunta: «Si hay que proteger los derechos del niño, ¿dónde están los de mi hijo? ¿Dónde queda la justicia? ¿Por qué no fue detenido? ¿Por qué yo tuve que mojarme, enfermarme, enfermar mis hijos para salir a cualquier hora a audiencias, psiquiatra, médicos, análisis etc.?». Catorce meses después, al consultarle a Karen si ha encontrado alguna respuesta, nos dice que han citado tres veces al denunciado, que nunca se presentó a alguna audiencia y que por lo tanto el caso estaba «quieto». Según ella, la única «solución» que el juez le dio es esperar a que el joven cumpla. «Siendo que a mí, el 19 de setiembre, cuando había alerta roja, él engripado y yo resfriada, me dijeron “señora, si no va, la van buscar con la policía”. Para no pasar por eso me fui bajo lluvia». En cuanto a cómo se siente anímicamente: «Desgastada, cansada y sobre todo duele no tener respuestas y que te hagan dar tantas vueltas sin sentido ni solución. Pero no importa, sé que mi hijo cuando sea grande y le tenga que contar, va a estar orgulloso de que hoy lucho por sus derechos». Hasta el momento, judicialmente no ha habido avances. El caso de Sebastián, como tantos otros, sigue impune. La lucha de Karen y su esposo Rodrigo seguirá hasta que se haga justicia. Ella jura no bajar los brazos hasta verlo preso. Sebastián actualmente está con tratamiento psicológico, asistiendo al consultorio cada dos semanas y tomando medicación debido a trastornos de sueño y ataques de ansiedad. Se sigue despertando de noche «aterrado con que se lo llevan», dice Karen. También tiene miedo a que cierren las puertas de donde se encuentre, reaccionando con ira. Sin embargo está más alegre, disfruta como cualquier niño de su edad de ir a cumpleaños, ha mejorado notoriamente en el jardín con respecto al año pasado y es muy cariñoso con su hermana. Dejando al margen el tema judicial, cabe destacar la entereza con que esta familia viene llevando el caso y en especial la de este niño que paulatinamente, con el apoyo y el amor de su familia, está volviendo a ser el niño feliz que fue siempre y que nunca debió dejar de ser. || |
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