El presidente Hugo Chávez y su lucha contra el cáncer
Leyla Martin
 

El desgaste que produce un trabajo al que deben entregarse veinticuatro horas al día es demasiado para un ser humano.

Durante catorce años es más que extenuante y si a eso se añade un deterioro de la condición física, podemos decir sin temor a la equivocación, que es insostenible.

Muchos obstáculos fueron vencidos por Hugo Chávez, claro que con cantidad de aspectos a su favor y el control de todos los poderes en el país.

Sin embargo, en los días previos a la contienda electoral, para las elecciones presidenciales efectuadas el 7 de octubre de 2012, tuvo que dar el «resto».

Podíamos ver a un ser agotado y desgastado, tanto política como físicamente, lo cual era inocultable frente al esfuerzo enorme que le tocaba para seguir figurando a los ojos de sus seguidores y mantenerse ante el crecimiento arrollador que experimentaba el huracán de personas que iban tras un nuevo líder, el único que en muchos años por fin representaba una opción de peligro, perfilándose como el eventual ganador de dichos comicios.

Aunque su deseo es figurar como un superhombre, sencillamente no lo es; es un simple mortal de carne y hueso y el cáncer no puede tomarse como un juego. Seis años más liderando el gobierno y tratando de imponer su ideología es una misión titánica para la cual las fuerzas escasearían más temprano que tarde.

Efectivamente, las energías llegaron a su fin. Una recaída de dimensiones que todavía desconoce con exactitud el pueblo venezolano y de la que solo se escuchan eventualmente reportes en «mini cadenas» del ministro de Información y Comunicaciones, redactadas por «otros», es lo único que oficialmente se participa. Entre tanto, se sigue aupando a la masa chavista para que aguarde con esperanzas al presidente y apoye a quienes hoy asumen cargos que legalmente han quedado amparados por una sentencia del Tribunal Supremo de Justicia, pero que a todas luces está fuera de lo establecido en la Constitución Nacional de la República que representa la Ley Suprema, y cuyo único fin es la sucesión.

El más reciente ejemplo que lo demuestra es la celebración del 4 de Febrero, al punto de ser el gran ausente, mientras sus partidarios de gobierno enarbolaron el evento como bandera política en los actos conmemorativos de lo que fue su intentona golpista en 1992, para derrotar al entonces presidente en ejercicio democrático Carlos Andrés Pérez, y que lo catapultó para optar a la candidatura presidencial posteriormente, en 1998. 
Tal como lo informara el propio Hugo Chávez, en su última alocución al país por cadena nacional, de suceder alguna causa sobrevenida en su cuarta intervención por la grave enfermedad que lo aqueja, debería cumplirse lo establecido en la Carta Magna, que reprodujo con sus palabras textualmente.

Simultáneamente, el país va sumiéndose en un caos cada vez más preocupante, tanto política como económicamente. Los actuales regentes del Gobierno lucen desorientados y repetitivos tratando de usar el mismo estilo del presidente reelecto, que, más allá de las preferencias o militancia de algunos, solo y únicamente le pertenece a Chávez. Él ha encabezado un movimiento que está en el poder hace ya catorce largos años y su madera como el dirigente será muy difícil de imitar, incluso por sus propios partidarios.

No hay gestión gubernamental, nos invade la constante propaganda que tergiversa el pasado y manipula a la población, priva tan solo la política entendida con el criterio de la permanente confrontación, ataque a los antagonistas y medios de comunicación así como al empresariado, se agudiza la corrupción sin mesura, por mencionar algunos aspectos.
Por otra parte, las medidas tomadas en relación con la industria nacional, restringiendo el flujo de dólares, estando inoperativas muchas empresas, infructíferas las tierras confiscadas que abastecían de rubros de primera necesidad los mercados, conformando la destrucción sistemática del aparato productivo, empiezan a repercutir en el suministro a los establecimientos, farmacias, perfumerías y cualquier expendio de víveres, creando mayor incertidumbre y exasperando los ánimos. 

Lentamente pareciera ir creciendo la anarquía, acentuándose el desgobierno y produciéndose diversos focos de violencia, protestas a nivel nacional enfatizadas por los estudiantes de distintas casas de estudios superiores, huelgas de hambre, etc.
La falta de información certera, la desconfianza respecto de las estrategias que supuestamente se fraguan en el exterior del país, el desabastecimiento, la inseguridad que impera en las calles, las amenazas desde el oficialismo, conforman una situación en el país bastante peligrosa.

Este escenario hubiera podido ser menos traumático, menos caótico, cumpliendo lo establecido en la Constitución Nacional; pero el ansia de poder ciega a los hombres, haciéndolos indolentes, lejanos del bienestar de una nación, egoístas, aspirando solo la bonanza individual, por cierto bastante distante de la prédica que utiliza el Gobierno como estandarte.

El tiempo transcurre y veremos el desarrollo de los hechos. Seguramente, el presidente no estará en capacidad nunca más para gobernar la nación. El pueblo chavista terminará decepcionado de quienes han quedado al mando, por su incapacidad y falta de cumplimiento en el mediano plazo de tantas promesas que será imposible compensar.
Quienes no apoyan al chavismo sienten ahora una gran impotencia pero también la expectativa que nunca se pierde, esperando que la justicia se imponga, se convoque a nuevas elecciones y resulte el cambio que no solo la oposición aspira, sino que el país, por el bien de todos, demanda. Quien lo reemplace, bien sea dentro del oficialismo o proveniente del bloque adversario, no será el mejor, tampoco tendrá el mismo arrastre que el líder del socialismo del siglo XXI, pero asumirá una labor colosal y sobre todo encontrará una población desencantada por tantos sueños rotos, por tantos abusos, por tantos años de miedo, por tantas humillaciones, por las irregularidades y atrocidades que, de resultar mandatario un actor opositor, solo entonces saldrán a la luz pública.

Es duro el panorama del porvenir que puede visualizarse, pero siempre habrá el compromiso de muchos y el clamor de un pueblo nacionalista, el deseo del rescate de la soberanía, de la independencia ética, moral, social, política y cultural, porque retornen el respeto y la tolerancia, por salvar lo que ha dejado este nefasto episodio, mediante una salida pacífica y constitucional a la crisis actual, sin divisionismo, sumando voluntades y en procura del bienestar colectivo…

 
 
 
 
 
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