Lo que nos gustaría y la realidad |
María Ibáñez Goicochea y Jesús Jiménez Cascallana |
Cuando en su entorno, cercano o lejano, suceden acontecimientos con los que no está de acuerdo, lo más habitual es que se enoje, se enfade, lo muestre o no. |
Su pensamiento buscará razones más o menos lógicas, y se cargará de razón. Cuando esto sucede, cuando usted tiene la razón y los otros están equivocados, cuando ve las cosas injustas o a las personas egoístas, entonces el odio, la ira y el rechazo, son la consecuencia inmediata de esta forma de pensar. Puede incluso que sus razones sean correctas, puede que sus explicaciones o reflexiones sean acertadas, pero si estas razones justifican su odio o lo promueven, entonces estará cometiendo un grave error. Nunca hay razón para odiar a otro ser humano. Puede que otras personas estén equivocadas, puede que estén actuando mal, pero eso no justifica su ira. Cada ser humano está aprendiendo y, por tanto, cometerá sus propios errores, incluido uno mismo. Actúe si lo cree necesario para evitar situaciones injustas, pero por graves que sean estos errores, no hay nada que justifique el odio o la venganza. Uno no debe empeñarse en que las cosas sean como uno quiere, o cree que deben ser, a cualquier precio. El empeño debe estar en entender, no en tener razón, aunque la tenga. El odio daña sobre todo a la persona que lo siente. Si uno abre un grifo y no sale agua, puede pensar que lo lógico es que saliera agua, que debería salir agua, pero la realidad es que no sale. Ante este hecho, puede enfadarse, o averiguar por qué no sale agua. La realidad ha de anteponerse a cómo a uno le gustaría que fuera, o a cómo deberían ser las cosas. No hay que conformarse con una realidad injusta, pero tampoco justificarse con ella para odiar o castigar a otras personas. Si queremos cambiar lo que está mal, primero hay que entenderlo. Y ese entendimiento incluye a uno mismo. |
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